Con el pacto en Castilla y León con Vox, la izquierda española, en todo su arco, ha puesto el grito en el cielo y ha atacado duramente a Feijoo haciendo ver que era un lobo con piel de cordero, vamos, un ultra disfrazado de moderación.
«¡Ese es su verdadero talante!», han dicho desde socialistas hasta podemitas, pasando por independentistas. Y es significativa esa salida en tromba contra el todavía presidente de Galicia, al margen de la polémica que un pacto de las características del cerrado por Mañueco pueda levantar.
En unos tiempos de polarización de la política, la imagen de moderado de Feijoo ha metido el miedo en el cuerpo a toda la izquierda, que ha visto de verdad en su figura una alternativa sólida al bloque de poder y a alguien que no solo podría arañar votos a la derecha del PP, sino también a cierto espectro votante del PSOE que, desde hace tiempo, no se ha llevado más que disgustos con las políticas de Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno de España se ha manejado bien hasta la fecha en el galimatías Frankenstein. Ha conseguido la cuadratura del círculo, vivir en una relativa calma en medio de un lío permanente. Puede decirse que Sánchez estaba muy cómodo con un Casado que ha ladrado mucho pero mordido poco. Pero resulta que de repente aparece Feijoo que, según sus propias palabras, «no viene a insultar a Sánchez, sino a ganarle». Peligro. Está claro que al dirigente socialista no le ha dado nunca miedo Vox, sino que lo ha utilizado en la medida de lo posible para debilitar al PP. Ha azuzado el miedo a la extrema derecha para hacer ver que la derecha no tan extrema cada vez se le parece más. Pero el nuevo escenario parece preocupar e incomodar más a un Pedro Sánchez que hasta ahora ha vivido más de los errores de sus adversarios que de su buen gobierno.
Es por todo ello que la decisión de Mañueco (a la que no puede ser ajeno Feijoo) ha sido un regalo para los partidos de izquierda, que intentan sepultar el aura de tipo sensato, tranquilo y adicto a la centralidad que hasta ahora ha exhibido el líder de la Xunta.
Pero la pregunta que cabe hacerse es si de verdad es moderado o no lo es Feijoo. Lo primero que resulta obvio es que su tono es muy diferente al que se ha estado empleando hasta hace poco en el PP, que poco o nada tiene que ver con el método Ayuso y que para nada es hijo político de José María Aznar.
Feijoo ha actuado hasta ahora en Galicia como un líder poco ideologizado que ha construido una imagen de marca de estabilidad y sentido común ajena al guirigay en el que se había convertido la política estatal. Y pretende extender esta apariencia en su salto a la escena española. Pero la realidad será la que en verdad nos irá diciendo si Feijoo es o no un moderado convencido. Si hay uno o dos Feijoo y si la necesidad le lleva a codearse con compañías de dudosa reputación o lo de Vox fue un episodio aislado fruto de la premura en el tiempo.
De momento, lo cierto es que a quien temen es al moderado.