
Darían para una comedia si no fuera porque representan dos de los papeles principales de la tragedia del pueblo catalán. Rufián y Puigdemont. Puigdemont y Rufián, tanto monta, monta tanto. Vaya par de dos. Este es el nivel político del independentismo catalán.
Cierto es que no andamos sobrados de nivel político en España. Ni en Europa. Ni en Rusia. Ni en China. Ni en Estados Unidos. Ni en el Reino Unido. No hay líderes. Ni pinta de que aparezca alguno.
Hoy en día, entre guerras y huelgas, se puede preguntar uno en voz alta ¿pero hay alguien al mando? ¿Quién es peor? ¿Joe Biden o Boris Johnson? Encima tenemos a dictadores como Putin, como el presidente de China o el de Corea del Norte. Vamos servidos. Pero en todo este absurdo espectáculo de lo peor de la naturaleza humana cobra una fuerza sin precedentes el independentismo catalán.
Gabriel Rufián es especialista en herir con las palabras. Pone todo su odio en ello. Y esta semana le ha sacudido de lo lindo al seudopresident inexistente, que escapó escondido en el maletero de un coche y que vive de todos nosotros en su palacete de Waterloo. Escuchen a Rufián: «Eran unos señoritos que se paseaban por Europa con la gente equivocada, porque durante un rato se creían James Bond».
Así le sacudió a Puigdemont por sus contactos sin tacto con los secuaces de Putin. No tardó Junts en poner el grito en el cielo y el insulto sobre Rufián.
Jordi Sánchez, secretario general de Junts, dijo, cariñoso, sobre Rufián: «Es imposible ser más miserable. Es un ignorante y un portavoz de las cloacas del Estado».
El lío fue a más. Se exigieron, como en los duelos y quebrantos, disculpas. Se amagaron las disculpas, pero el odio entre los supuestos socios, entre hermanos, está más enquistado y envenenado que nunca. Supura.
Así es que, en la última encuesta, el apoyo al independentismo que se supone defienden Rufián y Puigdemont, el de la fuga en maletero, ha logrado su peor resultado. Lo de Cataluña como república está por los suelos. Pero lo más curioso de todo es que son ellos mismos quienes se esfuerzan en pisotear su objetivo, en hacer que el pueblo catalán les rechace más que nunca.
Hace tiempo que la inteligencia se suicidó en eso que llaman el seny. Cada vez son más los que piensan que, con líderes como estos, es mejor quedarse en casa. Además, la gasolina está muy cara y no se conoce catalán que no mida los euros, como es sabido, salvo cuando los pone gratis el Estado.
Más de Rufián sobre Puigdemont: «Actuaban con una frivolidad terrible haciendo selfis en según qué despachos». Vamos, que coqueteaban con sátrapas.
Menos mal que son socios y siguen abriendo embajadas con el dinero de todos, mientras se apuñalan en público. Prefiero no saber de qué hablan en la intimidad.