Es posible que, entre la maraña de propaganda bélica, las fake news, las contrainformaciones, los bulos y los rumores apoyados en las redes sociales, se vislumbre un tímido y primaveral rayo de esperanza para alcanzar un difícil alto el fuego en la guerra provocada por la invasión rusa a la nación ucraniana.
Discurre la guerra, tildada de híbrida, como un conflicto armado convencional, que sigue las directrices de Clausewitz e incluso las recomendaciones del texto El arte de la guerra escrito por Sun Tzu cinco siglos antes de Cristo —lo que demuestra la nula evolución del ser humano a la hora de sembrar de desolación y muerte los territorios en donde se combate a sangre y fuego—.
Las guerras constatan el fracaso de toda la humanidad y, con una extraña y reiterada secuencia, los hombres continúan luchando y muriendo por los viejos argumentos que delimitan su tierra, su país, su patria.
La invasión rusa de Ucrania es un conflicto entre naciones hermanas, entre personas que hablan muchas de ellas el mismo idioma. El conflicto es una variante de una guerra civil. Y está sucediendo en el patio, en una de las plazas, de esta gran nación de veintisiete pueblos unidos en su diversidad que es Europa. Es, asimismo, nuestra guerra, la que tiene su desarrollo de orgía de dolor y muerte en un escenario que no nos es ajeno.
El alto el fuego, la tregua y el armisticio son las fases previas para alcanzar la paz. Ha sido necesario que mueran miles de soldados en un incomprensible cuerpo a cuerpo que esta segando la vida de jóvenes ucranianos y rusos que han crecido reivindicando la fraternidad y el pacifismo. Si vis pacem, para bellum, es menester bombardear y destruir ciudades y pueblos para, el día después de firmar la paz, iniciar las tareas de reconstrucción de «las regiones devastadas», como sucedió el pasado siglo con Coventry o Londres, con Madrid o Teruel, con Dresde o Berlín, o con Stalingrado. Siempre se repite la misma secuencia en idéntico escenario: la vieja Europa.
Quienes deciden el rumbo de la historia quieren condenarnos a la pobreza, les aterra la libertad, la democracia y el bienestar conquistado con inmenso sacrificio. Putin es solo un instrumento de los poderosos.
Yo nunca podré olvidar la foto de un hombre mayor que recogía los libros que habían sobrevivido a un bombardeo en Kiev que destrozó su vivienda. El hombre tenía en sus manos un ejemplar de la novela de Lev Tostói Guerra y paz. Todo un símbolo.