Un buen día, Julio Iglesias mandó llamar a un equipo de buceadores para que acudieran a su mansión de Miami. La misión de este grupo de élite era zambullirse junto a un embarcadero anexo para iniciar la búsqueda del tesoro más peculiar. Un bolígrafo se le había caído al mar a uno de sus invitados más ilustres. A un socio, en realidad. Porque con él se habían escrito unas cuantas canciones que millones de personas habían tarareado durante la segunda parte del siglo XX. Estribillos que habían marcado el compás de alegrías y penas, de vidas y muertes. Temas llamados a la mayor de las coronaciones, la popular, como los grandes tangos y las eternas coplas, pero cuya firma parecía desvanecerse a medida que se cantaban. Raphael ha dicho que el 50 % de su estrella se la debe al propietario de aquel bolígrafo. Su nombre, Manuel Alejandro. Un señor de Jerez al que otro gallo le habría cantado en Francia o Estados Unidos. Pero ya se sabe que España entierra tan bien a sus muertos como a sus vivos ilustres. Este compositor se dice escribidor de canciones, lo que vendría siendo un escritor reducido a la talla XXS. Un ataque de humildad. Bastan unas pocas palabras para desmentirlo. Yo soy aquel, Como yo te amo, Soy rebelde, Háblame del mar, marinero, Se nos rompió el amor, Lo mejor de tu vida, Ese hombre... Manuel Alejandro ha confeccionado, como un sastre, el descaro de Raphael, el rompe y rasga de Rocío Jurado, los amores encadenados de Julio Iglesias y la inocencia de Jeanette.
A sus noventa años, acaba de darse un homenaje en el Teatro Real de Madrid. Ya era hora. Procuro olvidarte es una de sus canciones más versionadas. Es imposible. Quizás muchos no sepan su nombre. Pero sus canciones…