Lo que falta en este país es coraje. Andan las clases política y económica enzarzadas en una pelea sobre la necesidad o no de bajar los impuestos. Y no se ponen de acuerdo en lo que más nos conviene. O lo que les conviene. Y si tuvieran arrojo, lo que harían sería proponer directamente la supresión de todo tipo de tasas. Es una antigualla y un engorro y le daríamos una lección al resto del mundo. Acabemos con los impuestos y que sea lo que la providencia dicte. Eso sí que sería modernidad.
Porque lo que se escucha, por cierto por boca de los que se hartaron de subirlos, viene siendo casi lo mismo. En unos tiempos de pánico en el consumo doméstico, de bamboleo empresarial y de incertidumbre, se nos habla de rebajar los tributos, sin iluminarnos sobre cuáles. ¿Los directos?, ¿Patrimonio, sociedades, renta? ¿Los indirectos? ¿IVA o especiales sobre gasolina y tabaco? ¿Los propios de las comunidades autónomas, los provinciales, o los locales? ¿Todos? Tampoco nos especifican el volumen del descenso en la recaudación.
Hasta el más romo sabe que un país funciona a base de impuestos. Si lo recaudado no se va por la alcantarilla, y se invierte con provecho, se alimenta el estado de bienestar. Pero resulta muy tentador lanzar el mensaje de reducir impuestos en un momento tan duro como el actual. Sin especificar que, para que fuese eficaz para impulsar la producción y el empleo debería de abordarse el modelo productivo.
Quienes proponen bajar los impuestos no hablan de fraude, evasión y elusión y que se tragan 60.000 millones anuales. El 70 %, causado por grandes empresas o grandes fortunas. Y el doble de la UE. Pero de eso no se habla. Ni de los paraísos fiscales. Como tampoco se refieren a los 90.000 millones que cada año nos podríamos ahorrar de no ser por las prácticas corruptas. Ni de las grandes fortunas.
Rebajar impuestos, pero sin saber en qué se quiere recortar el gasto estatal. ¿En empleo público? ¿Más todavía en sanidad y educación? ¿En pensiones? ¿En infraestructuras? ¿En cultura? Ni nos dicen cómo van luego a pagar las ciudades de la cultura, y la fiesta de la alcachofa en la que tan bien se lo pasan.