Mientras seguimos minuto a minuto lo que sucede en Ucrania y asistimos con muchísimo escepticismo, pero sin perder la esperanza, a la retirada rusa de la región de Kiev y la concentración en el Dombás, en Oriente Próximo, los conflictos no resueltos sufren su enésima reactivación.
Así, tras el atentado del 22 de marzo en la localidad israelí de Beersheba que se cobró la vida de cuatro personas, cinco días después, dos hombres tirotearon a dos agentes de policía ocasionándoles la muerte así como heridas a seis transeúntes en Hadera.
Ambos atentados fueron reivindicados por el Estado Islámico. Son, al parecer, los primeros que esta organización, a la que se creía casi desmantelada, lleva a cabo en Israel, lo cual, sin duda es alarmante.
No parece casualidad que hayan coincidido con la celebración de una cumbre inaudita en la historia, ya que, por primera vez, los representantes diplomáticos de cuatro países árabes, los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Egipto, acudieron a un encuentro en Israel con la asistencia del secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken.
Por eso, y temiendo una escalada de la violencia al inicio del ramadán, representantes del Gobierno israelí se reunieron con líderes palestinos. Sin embargo, no ha servido de mucho, ya que la actividad terrorista, lejos de aminorar, se ha recrudecido.
Así, el pasado 29, en la ciudad ultraortodoxa de la periferia de Tel Aviv, Bnei Brak, un palestino de Cisjordania de 27 años, afiliado a Fatah, asesinó a cuatro personas e hirió a otras disparando un rifle de asalto desde una motocicleta, y este jueves por la noche, otro joven palestino asesinó a dos personas e hirió a 14 en el centro de Tel Aviv.
La audacia de estos ataques hacen temer una dura represalia israelí y la consiguiente reacción de los más radicales palestinos.
Un progreso que a ninguno interesa y a todos perjudica.