Desde siempre, la educación de este país ha ido por detrás de las necesidades empresariales y sociales. Y así sigue. Una cosa es lo que la sociedad necesita y otra lo que la formación ofrece. La rapidez con la que cambia el sector productivo hace que a cada momento surja la obligación de formar a nuevos profesionales para el exigente mercado laboral. Y las aulas deben adaptarse y actualizarse y mirar más a la calle.
Cierto que hay tareas en las que se triunfa sin estudios. Por ejemplo, haciéndote youtuber y siendo majadero. Como El Xokas. El Foro Económico Mundial y centros para el futuro del trabajo relacionan, de cara al 2030, una serie de profesiones, algunas tan llamativas como consejero de compromiso de la salud o pronosticador de cibercalamidades. Pero nadie repara en la profesión que, al menos en España, prolifera como los mosquitos. Por su alta cotización y baja productividad. La de comisionista.
Hay que empezar a ser respetuoso con los comisionistas y dotar a la profesión de amplios conocimientos para que superen el chapucerismo con el que vienen actuando. Los borjamaris de las mascarillas madrileñas, el hermano, el primo, el Rubiales y el independentista catalán son algunos ejemplos de la falta de formación de estos profesionales del pelotazo. Pero el problema es que lo ejercen, siguiendo el ejemplo del emérito, con tanta falta de profesionalidad que a las primeras de cambio quedan descubiertos. No es suficiente un título nobiliario o darle patadas a un balón para ser un profesional de prestigio en el arte de las comisiones. Hay que formarlos para que se incorporen al mercado con todas las garantías de un buen hacer. Ya que nos desvalijan, que lo hagan con profesionalidad y clase.
Por eso hay que ayudar a los emprendedores y llevar a las aulas el comisionismo. Desde la primaria a la universidad, pasando por la FP. Y establecer diferentes ciclos y titulaciones. Y exigentes másters. Con asignaturas de ética, respeto a los demás, condición humana y honestidad. Y, sobre todo, de decencia. Porque son unos indecentes. Y no unos pillos. Como quieren hacernos creer.