En ocasiones me dejo llevar por las emociones primarias y miro a mi alrededor y compruebo cómo la naturaleza y la vida nos vuelven a obsequiar con las sorpresas de los días que trepan por los almanaques. Así evito temporalmente la sobredosis de actuaciones y decisiones estrafalarias que, desde las mentiras más aviesas, nos brinda la clase política.
Miro para otro lado y me sitúo en mayo, en el corazón de la primavera, con las tardes crecidas, con su espectacular luz de cristal que deja un rastro invisible de luminosidad táctil, inaprensible. Mayo es un mes cantado en coplas «apoyadas en el quicio de la mancebía», de viejos poemas anclados en la memoria escolástica «que por mayo era por mayo… cuando canta la calandria y responde el ruiseñor» en el clásico romance del prisionero. Y el sol tibio y tímido de mayo se desmaya lentamente sobre esta parte del mundo, cuando la manta verde y campesina se llena de flores que convierten mayo en una orgía vegetal.
El mes se divide en dos mitades cuando en el país se conmemora el Día das Letras Galegas, recordando que en 1863 se editó la obra cumbre de Rosalía, Cantares Galegos, y el que suscribe aprovecha la línea para recordar que todos los días de año deben ser los de las letras escritas en nuestra vieja y frutal lengua gallega. Este año no escuché cantar al cuco en la mindoniense y cunqueiriana selva de Esmelle, cantó sus primeros trinos hacia el 3 o 4 de abril, me aseguran. Mes de ensayo general que anticipa el verano que llega con San Juan. Mayo cabalga al galope, mezcla los algoritmos del metaverso, confunde a los poetas e inaugura por la santa cruz la verbena gallega que convierte al país en una romería interminable. Por estas y otras muchas razones, me pongo de perfil ante los dislates de ministros y socios de este errático Gobierno y no quiero saber si Pegasus es un caballo mítico, una marca de camiones o un pretexto para espiar secretos inconfesables. Mayo.