¿Quién está en la cabeza de Putin?

José Ángel López Jiménez PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO Y RELACIONES INTERNACIONALES DE COMILLAS ICADE

OPINIÓN

María Pedreda

11 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Parafraseando el libro de Michel Eltchaninoff, las grandes cuestiones planteadas desde el inicio de la agresión armada de Putin a Ucrania pasan por conocer los verdaderos e irrenunciables objetivos que se buscan con ella. Sobre las interpretaciones, es evidente que van mutando al ritmo de los acontecimientos. En un ejercicio de equilibrismo encomiable, parte de los analistas —muchos de ellos reconvertidos en especialistas al calor de la notoriedad de los hechos, pero con cero publicaciones o investigaciones sobre la cuestión que nos ocupa— van acomodando o mutando sus posiciones en tiempo y forma.

Lo cierto, sin embargo, es que si recapitulamos brevemente lo acontecido nos encontramos con esto. En primer término se dudaba sobre la intervención: si se produciría o no y, en caso afirmativo, cuándo se produciría. Durante los primeros días, las especulaciones se orientaban en torno al calado de las operaciones militares: ¿se enfrentaría Ucrania a una ocupación total de su territorio y a un desplazamiento del Gobierno de Zelenski por uno marioneta al estilo de Lukashenko en Bielorrusia? ¿Trataría el Kremlin de consolidar los territorios secesionistas del Dombás, reafirmando la independencia de Crimea, obtenida en el año 2014, y estableciendo un corredor territorial con la conquista de Mariúpol?

En los últimos días ha entrado en escena el enclave separatista de Transnistria en la vecina Moldavia, frontera occidental de Ucrania. Los atentados en las localidades de Maiak y Parcani abrieron la posibilidad de reflotar la importancia de este enclave estratégico en el proyecto de Novoróssiya, que los líderes prorrusos de Donetsk y Lugansk abanderaron hasta el 2015. Recreación del proyecto y realidad de Catalina de Rusia durante el último tercio del siglo XVIII, intentaría configurarse con la prolongación territorial de la invasión en curso a Odesa y la propia Transnistria. El imaginario ultranacionalista ruso y neoimperial quedaría colmado, al tiempo que proporcionaría a Moscú el control de los mares Azov y Negro, la salida al Mediterráneo y, por consiguiente, el aislamiento del sur de Ucrania. Una pinza geoestratégica casi completa, pero de una más que compleja ejecución.

El último episodio especulativo ha tenido como objeto los días previos a la celebración del 9 de mayo y la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial ¿Qué iba a suceder? Desde la declaración formal de guerra a Ucrania hasta la propaganda de las victorias conseguidas hasta la fecha, dando por finalizada la «operación especial»; pasando también por una eventual intensificación de los objetivos y una escalada cuantitativa y cualitativa del armamento utilizado.

Desde el inicio de esta ignominia he repetido en muchas ocasiones, siempre que se me ha consultado sobre alguna de las cuestiones mencionadas, que las especulaciones o las hipótesis no ocultaban que, a pesar de que Putin tenía un diseño previo muy desarrollado, nadie estaba en su cabeza. El plan de agresión venía fraguándose, a mi juicio, desde el inicio de la pandemia, con las reformas constitucionales realizadas en Rusia en el año 2020, así como con el soporte otorgado por Putin a Lukashenko tras las fraudulentas elecciones presidenciales del mes de agosto de ese mismo año. Sin embargo, confieso mi ignorancia; solo sé que no sé nada respecto al alcance de los auténticos planes del Kremlin en Ucrania, más allá de fragmentar su integridad territorial y socavar su independencia.