¡Hola, Mundo!
Yo sé que nos estás mirando. Que nos miras con los ojos asustados de Polonia. Con los ademanes indecisos de Francia. Con los pasos calculados de Alemania. Con las exclamaciones nerviosas de Letonia. Con las sacudidas escépticas de Hungría. Con los canturreos flojos de Italia. Con el mutismo taciturno de Israel. Con las exclamaciones lejanas de Estados Unidos y Canadá. Y con los ojos de un centenar de otros países.
Nos estás mirando incómodo. Sueles bajar los ojos. Sobre todo, cuando defendemos a nuestros niños con nuestros cuerpos durante los continuos ataques de misiles. Y cuando, sí, te atreves a subir la mirada, nos miras estupefacto. Os miráis atónitos: oye, y esa Ucrania, ¿qué es? La lapidan con los cohetes Grad, pero ella sigue firme. La arrasan con misiles de crucero, pero ella sigue firme. De todas partes, los jodidos tanques le rugen rechinando, y ella sigue firme. Le dicen a la cara «I am very sorry and deeply concerned, but…» («lo siento estoy profundamente preocupado, pero...» y ella contesta: «Allá te las arregles, yo me voy a derribar aviones». Le meten en las narices el botón nuclear, y ella se ríe y sigue removiendo el «batido Bandera», que así llegó a ser rebautizado el cóctel molotov, en alusión a Stepán Bandera (1909-1959), líder de la resistencia a los alemanes y los soviéticos en la Ucrania occidental entre los años 1941 y 1959 y figura controvertida: fue prisionero de los alemanes, pero su grupo OUN colaboró con ellos y algunos de sus compañeros participaron en los pogromos de 1941. Esto se sabe y, entre otros, lo ha explicado alguien tan poco sospechoso como el historiador Timothy Snyder, que es un amigo de Ucrania.
El mundo retiene el aliento y, lleno de pánico, acapara la tintura de yodo, y ella sigue firme. ¿De qué acero está hecha esta Ucrania? Y la leche de su madre, ¿qué contenía? Y a los miles de los voluntarios, auténticos guerreros, ¿qué de especial les dan de comer?
Sabes, Mundo, lo cierto es que no sabes. Nosotros tampoco lo hemos sabido hasta hoy. No hemos sabido cuánta fuerza teníamos. Cuánto vigor. Y cuánto amor. Siempre lo hemos tenido. Solo que durante años yacía bajo los escombros del comunismo soviético, del «mundo ruso», bajo las plumas de las palomas de la paz y el ramaje de los árboles de amor. Yacía esperando su momento de explotar. Explotar no con miedo. Pues el miedo es lo que tú, Mundo, estás sintiendo ahora. Mientras que nosotros estamos sintiendo otra cosa. Estamos sintiendo furia. Por cada niño asesinado. Por cada destino truncado. Por cada ciudad reducida a cenizas. Por cada ensueño destruido. Y esta furia nos refuerza.
Estamos sintiendo la libertad. Por primera vez. Fuertemente. La libertad desnuda, vulnerable y a la vez tan potente. Y esta libertad nos refuerza.
Estamos sintiendo el amor. ¡Cómo lo estamos sintiendo! Cuando no hay «nuestros» y «no nuestros». Cuando todos son entrañablemente familiares. Cuando millones de manos empedran metódicamente el camino hacia la victoria, cada una en su lugar. Y este amor nos da fuerzas.
Así que, Mundo, no temas. Estamos alerta. Y si tienes reparos en preguntar, te lo decimos nosotros: sí, la primavera va a llegar, y va a tener colores amarillo y azul. No importa si tienes miedo o no.