Una de las primeras cosas que se enseñan en las facultades de Economía es que los recursos de cualquier sociedad son limitados, mientras que las necesidades de las personas son ilimitadas y, por lo tanto, si dedicamos más recursos a satisfacer una necesidad quedarán menos para otras.
El ataque de Rusia a Ucrania es entendido por muchos analistas como una estrategia racional para explotar la debilidad actual de Occidente y restablecer el viejo imperio soviético. Sea correcta o no esta interpretación, es posible que dicha invasión nunca se hubiese producido si Ucrania dispusiese de arsenal nuclear y el principio de mutua destrucción asegurada, que ayudó a mantener, de forma precaria o no, la paz durante los últimos ochenta años, surtiese efecto también en este episodio y contuviese al invasor. Es posible, digo, aunque jamás se podrá corroborar. En todo caso, como Ucrania carece de armamento nuclear y dado que el bloque occidental declaró que no opondría resistencia directa a Rusia, la dinámica ha sido la que todo el mundo conoce.
Dada la sucesión de acontecimientos, la mayoría de los países occidentales han interiorizado en tiempo récord la necesidad de rearmarse frente a la posibilidad de que algo similar vuelva a ocurrir en el futuro. Un país con armas nucleares invade otro país que no las tiene (ni tampoco cuenta con el respaldo de un país amigo que las tenga) y, automáticamente, todos los países que asisten a tal episodio deciden que necesitan rearmarse e igualar las capacidades de sus potenciales agresores. Así, las sociedades occidentales han decidido, o lo harán más pronto que tarde, que es necesario dedicar más recursos a aumentar su seguridad, con lo cual quedarán menos para otros asuntos. En román paladino, más cañones y menos mantequilla.
Lo anterior dará como resultado sociedades con menos nivel de bienestar si, como ha sucedido hasta ahora, la seguridad frente a una amenaza exterior se da por descontada y los ciudadanos no la consideran como un bien (público) más de consumo. En ese caso, menos mantequilla equivale a menos bienestar. Por contra, si la percepción de seguridad se incorpora como una necesidad más a satisfacer, el resultado podría no ser el indicado: menos mantequilla no equivaldría necesariamente a menos bienestar al ir acompañada de más cañones y, por ende, de mayor sensación de seguridad. Lo que sí es cierto es que habrá inexorablemente menos recursos para cosas que, como la educación, la sanidad o las pensiones, configuran el estado de bienestar. Si me permiten un símil con el rugbi, en este deporte basado en la confrontación física ser más pesado ayuda a tolerar más impactos y proporciona más fuerza durante el juego. Esto hace que la carrera de los jugadores por ganar peso sea imparable y lleva a que el rugbi se torne inexorablemente un deporte cada vez menos dinámico y emocionante. Claro que aquí hablamos de algo más trascendental que el rugbi.