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Hace unos días, en estas mismas páginas, Manuel Fuentes González reflexionaba sobre el legítimo derecho a preservar la relación entre abuelos y nietos cuando, por razones de separación de los padres o de otra índole, esta relación se ve interrumpida o prohibida. Expresaba que los pequeños pierden un importante referente si se les aparta de sus abuelos.
Sus acertadas reflexiones me llevaron a pensar en el declive de la función de los abuelos, y también de la de los padres, como transmisores de la historia familiar. Esto no es sin consecuencias para los niños.
Los relatos humanizan la vida, las pantallas desrealizan la vida. Pero ningún relato es más importante que la propia novela familiar. La historia familiar es la portadora de las identificaciones, de los ideales, de las faltas y de las marcas que nos determinan y se transmiten en las generaciones. En los relatos familiares es importante lo que se dice, y aún más lo que se calla. Esos silencios, censuras o evitaciones son el signo de la presencia de los secretos de familia. No hay familia sin secreto. Una familia siempre se organiza entre lo que se dice y un «de eso no se habla».
Actualmente, en el discurso social dominante, el presente y el futuro cuentan más que la memoria. Producimos así niños ahistóricos, conectados a la tablet hasta en las comidas familiares (lugar privilegiado de evocación de las historias de familia). Luego nos quejamos de que los niños y jóvenes son presentistas.
Llama poderosamente la atención, en el abordaje clínico de los niños y adolescentes actuales, el enorme desconocimiento que tienen muchos de ellos de sus antecedentes e historia familiar. Antes, el mundo de los abuelos y de «las historias de los abuelos» fijaba un sentido y una orientación en la infancia. Los relatos, fábulas, y cuentos de los abuelos, siguen fascinando a los niños, siempre que no demos por hecho que no les interesan. Pueden captar tanto la atención como un videojuego y reconfortan, tranquilizan, y ayudan a construir la identidad mucho más.
Por eso, los abuelos son un factor decisivo para que los niños no acaben «desconectados» de la historia familiar. Salvo excepciones, privar a los niños de su compañía y transmisión los condena a vivir en una temporalidad caracterizada por un delgado presente que los desprotege cara el futuro. Los abuelos, más allá de la atención y cuidados que puedan prestar a sus nietos, son elementos fundamentales para restituir el valor de la palabra. Siempre resulta beneficioso intentar responder a la pregunta: ¿de dónde vengo?