Obscenidades

manuel recuero astray CATEDRÁTICO DE HISTORIA MEDIEVAL JUBILADO

OPINIÓN

DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

30 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces no resulta fácil encontrar el calificativo adecuado para algunos comportamientos. En el caso que nos ocupa, el de determinadas actuaciones de nuestros gobernantes y políticos, me decanto por el de obsceno. A todos nos llama la atención la parafernalia con la que el megalómano presidente de Rusia lleva a cabo algunas de sus actuaciones públicas: mesas interminables en salones espectaculares, grandes lámparas, muchos dorados, sillones de estilo; todo muy suntuoso y algo hortera para los tiempos que corren. Podríamos llamarle estilo putiniano, en buena medida, herencia de un pasado que ni siquiera décadas de comunismo consiguieron superar. Sin llegar a esos niveles de exhibicionismo trasnochado, propio de algunas antiguas culturas orientales, nuestros dirigentes se nos aparecen con frecuencia reunidos en grandes salas, por no decir enormes, no tanto lujosas como bien equipadas y decoradas, sentados en mesas corridas, con sus correspondientes equipos informáticos, e incluso micrófonos, dadas las distancias en que acaban estando unos de otros, todos muy elegantes con cara de ir a arreglar el mundo. 

A mí tanta parafernalia me parece torpe y obscena, sobre todo, a la vista de los resultados, parece que todo lo que cuelga del gasto público, a costa del sufrido contribuyente, está justificado. Nuestros políticos y políticas, como se dice ahora, y por no dejar a nadie fuera, aunque sea tragándome una cursilada, parecen haber desterrado de sus vidas el decoro y el recato, y no digamos nada de la modestia. No en vano, se trata de valores de los que muchos de ellos ni siquiera han oído hablar.

Vivimos en una sociedad en la que algunos, sobre todo, de nuestros dirigentes, han perdido la vergüenza. Mientras la mayoría las pasan canutas para sobrevivir, ellos siguen en sus despachazos, gastando y gastando dinero, en representación y equipamiento. Cualquier puesta en escena justifica unos gastos desmesurados, si es para que la autoridad de turno nos prometa algo o nos diga lo bien que lo hace. Da igual la energía que se gaste, las facturas de esos gastos se pagan con lo recaudado a quienes no tienen ese privilegio, más bien tienen que mirar si con las ganancias de su trabajo, fruto de su propio esfuerzo, pueden seguir poniendo la calefacción.

No será por falta de sueldos. Nuestros representantes públicos están bastante bien pagados; sino que se lo pregunten a los que incluso renuncian a sus propias convicciones para seguir en la poltrona. Pero eso, en todo caso, no justifica la proliferación de cargos cada vez más gravosos para el contribuyente, sobre todo, si eso significa afán de lucimiento personal y goce poco decoroso de prebendas. A lo mejor no es propiamente corrupción ni tráfico de influencias, pero no deja de ofender al pudor tanto exhibicionismo político, que tiene por escenario una administración desmesurada, culpable en buena medida del enorme déficit público, que nos afecta a todos menos al ritmo de vida de nuestros políticos. En algunos aspectos se podría hablar incluso de parasitismo.

Tanto que se habla hoy de honestidad, parece que muchos desconocen el verdadero significado de esta palabra, que incluye valores y virtudes tan importantes como la decencia y el decoro. El comportamiento de un político, como el de cualquier ciudadano, pero con mucha más razón, tiene que ser ejemplar. Siento si a alguno le molesta este lenguaje, tan desusado en nuestros tiempos, a lo mejor se me entiende mejor si digo que hay que tener un poquito de vergüenza antes de ir de guaperas triunfador por la vida. Cierto grado de modestia no le viene mal a nadie y, más aún, a quienes tienen responsabilidades políticas.