Al parecer, cuando Francia era la potencia colonizadora, Argelia y Marruecos no mantenían una mala relación. Pero el conflicto por las lindes les llevó a enfrentarse en la «guerra de las arenas» en 1963. La escalada del conflicto llegó a un punto crítico hace menos de un año, con el cierre del gasoducto del Magreb y la ruptura de relaciones entre ambos países. Consecuencia también de la firma de los Acuerdos de Abraham, promovida por Trump, por los cuales Estados Unidos reconoció un Sáhara marroquí, hace año y medio, y Marruecos restablecía relaciones con Israel, con la consiguiente marginación de Argelia y del Frente Polisario.
En esta historia, España sufre las consecuencias. En Marruecos, con la riada migratoria de hace un año y el cierre de fronteras de Ceuta y Melilla. Y en Argelia porque, para vestir el santo marroquí, Pedro Sánchez, sin informar y negociar con los partidos parlamentarios, reconoce que la solución para el Sáhara es la autonomía dentro de Marruecos. Decisión que llevó a la ruptura del tratado con Argelia, y al intento de suspensión de las relaciones comerciales. Con olvido argelino de la pertenencia de España a la UE. Mientras el ministro Albares se escuda en ella. Y Argelia cesa a su ministro de Finanzas, con duras acusaciones a Albares.
Pero el enredo continúa. La ministra Calviño abunda en la conocida alineación de Argelia con Rusia y sus aliados, algo de escasa novedad. Por más que González Pons pretenda contraponer a ello el suministro argelino de gas a Italia, en sustitución del ruso, para desmentir a la ministra. Argumento impropio de tal político y su capacidad.
Hace un año, Pablo Casado se reunió con el empresario y magnate de la energía Aziz Ajanuch, hoy primer ministro marroquí. Núñez Feijoo lo hizo hace unos días en Róterdam. Sin embargo, los españoles aún desconocemos la posición del Partido Popular sobre el Sáhara y las crisis con Marruecos y Argelia. Más allá de su uso como ariete ante la mala política del Gobierno de Sánchez en el Magreb.
El Partido Popular acaba de anunciar un Pacto de Toledo en materia de defensa y seguridad nacional, quince días antes de la reunión de la OTAN en Madrid, en el que solicitan a la OTAN «una garantía de protección de todo el territorio nacional» y, «en particular, de los territorios no peninsulares» (¿eufemismo de Ceuta y Melilla?), extremo que quizá trataron ya con el primer ministro marroquí. Reunión de Madrid en la que ponen deberes a la OTAN, reclamando una declaración política de lo ya consagrado por el tratado (artículo 5). Propuesta que en este contexto puede verse más como táctica oportunista en este enredo que contribución seria a la crisis de África. Un enredo lleno de contradicciones, intereses y mala política: el Magreb.