Bienvenidos a la nueva normalidad. Esta es la frase que se repite en el mundo post-pandemia, pero, si lo trasladamos a las cifras de inflación actuales, tenemos que asumir que la subida de los precios de productos y servicios para todos los hogares y empresas españolas no es coyuntural, sino que nos enfrentamos a un cambio económico estructural.
¿Hemos tocado techo? Pues, como decimos en Galicia, «depende». En concreto, de cómo se resuelvan los diversos acontecimientos macroeconómicos y que confluyen en dos aspectos: la oferta es inferior a la demanda y en el incremento notable de los costes de producción. Estos factores, combinados, generan una tormenta perfecta para catapultar la inflación de cualquier país.
El primer acontecimiento es, sin duda, la invasión rusa en Ucrania, que ha afectado notablemente a los precios de la energía, combustibles fósiles y materias primas (que ya venían en ascenso previamente al conflicto), principalmente por miedo al desabastecimiento, sabiendo que, con permiso de Arabia Saudí, Rusia es el segundo exportador de gas y petróleo del mundo.
El segundo es la ralentización general de la cadena de producción y distribución de productos, principalmente en China, debido a muchos factores tales como la escasez de material, equipo o la mano de obra, entre otros, pero que se ha agravado aún más por el reciente confinamiento en las principales ciudades, derivado del nuevo brote de covid-19. Ello combina una escasez de oferta de bienes con una demanda mundial en ascenso.
El tercero es que la tensión en el alza de los precios está acelerando la retirada de los estímulos monetarios de los bancos centrales, que consistían en mantener mucha liquidez en el mercado, manteniendo tipos de interés bajos, e inclusive negativos, para facilitar a los bancos financiar el consumo y la producción.
No obstante, aunque el alza de los precios es un fenómeno global, su impacto no es homogéneo para todos los países. Por eso, el BCE ha anunciado un plan para que la deuda de aquellos países con un mayor incremento de la prima de riesgo (Italia, España, Grecia y Portugal) gane peso en sus programas de recompra (en definitiva, que siga habiendo liquidez), mientras que la de los países menos afectados se vaya reduciendo. La próxima subida de tipos en julio, unida a la escasez de oferta, también contribuirá en parte al incremento de precios, dado que los consumidores siempre tenderán a satisfacer su demanda hasta que se equilibre la demanda con la oferta, en función del precio de los productos o servicios.
Pero falta considerar un punto relevante que está por venir: el incremento de los costes salariales para equilibrar el poder adquisitivo de las familias. En este contexto, los empresarios, que ya tienen en su haber la subida del coste de materias primas, energía y costes de producción en general, deben sumar en el corto plazo el ajuste al alza de los salarios (seguramente por debajo de las tasas de inflación), coste que es lógico esperar se traslade, al menos en parte, a los productos y servicios que consumimos.
Si bien existe mucha incertidumbre, la tendencia inflacionista de momento apunta a seguir subiendo, o al menos a no retroceder en el corto plazo. Por tanto, la tormenta geopolítica perfecta nos ha dejado una nueva normalidad inflacionista, que se mantendrá al menos unos meses, para moderar su tendencia a posteriori.