Hoy la final de Wimbledon será en blanco y negro. Le ha tenido que doler la decisión de marcharse mucho más que la lesión. Donde los demás tiran la toalla, que suele ser en la arena de la playa, seamos sinceros con nuestra vagancia, Nadal se seca el sudor con la suya y sigue. Donde los demás ven un muro, Nadal ve una puerta. La mayoría nos dormimos contando ovejas, Nadal las resta con la raqueta. Sucedió así ante Fritz, pero hasta los milagros tienen un límite. A mucha gente le gusta ver en las proezas de Nadal un reflejo del carácter español. Nada más lejos de la realidad. Nadal es único. Gane quien gane este Wimbledon, el héroe escribió otro capítulo en la historia del tenis tras la victoria contra Fritz después de cinco sets, lesionado en su abdominal. Su padre, con amor de padre, que es el peor, dio la vuelta al mundo recomendándole airadamente que no sufriese más, rogándole que se retirase. El hijo tardó más de un día en hacerle caso, ante la evidencia médica de la lesión.
Nadal no juega al tenis. Da lecciones sobre el dolor. Sobre soportar el dolor. Sobre el umbral del dolor. Si Nadal hubiese desembarcado en Normandía en un barco de papel, Hitler se hubiese afeitado el bigote y se hubiese marchado a Austria a pintar cuadros de montañas.
Los críticos con Nadal, que también los hay (todo lo extremo que nos conmueve se ama o se odia), sugerían una estrategia en la batalla contra Fritz: «Le está tomando el pelo. No está lesionado. Es un cuentista español. Le está aplicando la picaresca. El Lazarillo. El Buscón. Lo está despistando. El médico que salió no era médico. El padre y Nadal habían pactado la discusión ante el mundo para que se retirase con el único objetivo de convertir al lobo Fritz en una ovejita. Para que el incauto de Taylor, desconocedor de las mañas españolas, creyese que en vez de jugar al tenis con un dios de arcilla estaba ante una partida de ping pong. Nada más lejos de la cruda verdad. Nadal devoró una vez más a otro de sus hijos del tenis. A generaciones y generaciones. Lo llevó mansamente al matadero del tie break y ahí lo aplastó. Colosal, le metió un 10-4. Pudo ser un 10-0. Pero Nadal es decente, luego no es español. Por mucho que nos encante verlo como tal. Los españoles estamos muy lejos de un tipo como Nadal, a pesar de la bandera. Como estamos muy lejos de Cervantes, tanto que ni leemos el Quijote.
A pesar de la lesión y del abandono, Nadal ganó la épica en este Wimbledon 2022. Da igual el resultado final del torneo. Nadal es el único capaz de llevarse un torneo en cuartos de final. Se hablará más de los cuartos que de lo que suceda hoy. Nadal juega al tenis como si estuviese en una forja de la Edad Media. El dolor le mira a los ojos y él lo abraza. La fortaleza de Nadal no es nuestra fortaleza. Nosotros lo ad(miramos) desde el sofá con una lata de cerveza en la mano creyéndonos que empuñamos una granada de mano en Guadalcanal. Hoy, la final, sin él, será como los minutos de la basura.