Adriana Lastra (Ribadesella, 1979) renuncia a sus responsabilidades políticas, pero no a su sueldo. Por razones personales, deja su cargo en el PSOE, pero mantendrá su acta de diputada, pese a que se enfrenta a una «larga baja laboral». Pedro Sánchez devora a sus aliados como si no hubiera futuro. Hace un año y nueve días se despertó un sábado de buena mañana y despidió sin contemplaciones a su gurú político, Iván Redondo; a su jefe de campaña, José Luis Ábalos, y a su teórica experta en Derecho Constitucional, Carmen Calvo.
La renovación llegó después de la sonora bofetada electoral de Madrid de Isabel Díaz Ayuso, donde los socialistas quedaron relegados a tercera fuerza y Pablo Iglesias recogió sus bártulos para ganarse la vida como un tertuliano cabreado más bajo el paraguas de Jaume Roures.
Apenas 374 días después, con otra malleira electoral en la espalda, Sánchez busca nuevos revulsivos. Lastra, fiel hasta el final, ha tenido que dimitir para ser relevada de su cargo porque había sido designada en el congreso federal del partido en Valencia y no podía ser destituida.
Las razones personales son que sus tropiezos se acumulan. Ha vivido de la política desde los 18 años, y, siguiendo el principio de Peter, ha llegado a su listón máximo. Hace un año fue obligada a elegir entre el partido y el Congreso y prefirió la vida orgánica. Pero su relación con el secretario de Organización, Santos Cerdán, era inexistente y sus batallitas casi diarias. Encajó mal el despido del gerente del PSOE después de compartir escapada juntos en un velero de lujo. Y convirtió el día a día en un calvario. De poco le sirvió su declarado sanchismo —junto con Ábalos, fue la pieza clave de las primarias del PSOE—, ni tampoco el prestarse a las fotos de peor digestión de su líder, como la negociación parlamentaria con Bildu, por ejemplo.
Víctima de su inexistente currículo académico, se convertía en una bestia en el atril del Congreso, desde el que repartía carnés de demócrata y atizaba todo lo que podía a los enemigos de su jefe. Su desafortunadísima intervención tras la debacle andaluza, atribuyendo la victoria de Juanma Moreno al dinero que le había dado el Gobierno para luchar contra el covid y de los fondos europeos, selló su destino. Como Ícaro con Dédalo, estaba, tan cerca del sol que ha acabado achicharrada. Sánchez se queda sin otro poli malo.