Fue un compañero de la redacción, de esos que tienen muy buen ojo, el primero que me habló, ya hace tiempo, de María Jesús Montero. La política socialista entonces era consejera en Andalucía. Y llamaba la atención por su carácter y su capacidad para la respuesta rápida y ácida al rival.
Pasaron los años. Llegó Pedro Sánchez al poder. Y Montero se convirtió en un personaje popular por ser responsable de Hacienda y, sobre todo, por la intensidad y el impacto mediático con la que ejerció de portavoz del Gobierno, para alborozo de las redes y las tertulias. Luego pareció perder fuerza cuando el presidente socialista ordenó una política de comunicación descafeinada y de baja intensidad, tanto en el Gobierno como en el Congreso, con oradores aburridos y sin cuajo, que en muchos momentos parecían no decir nada. Pero siguió en el Consejo de Ministros y evitó el viacrucis de ser candidata en Andalucía. Ahora será la número dos de un PSOE que tiene ante sí una tarea muy difícil: impedir que el PP de Feijoo gane las próximas generales. El rearme socialista ya ha generado reacciones y críticas desde la oposición, pero tal vez habría que entenderlo en clave interna. Para movilizar a los suyos, Sánchez ha buscado en ella a su Guerra. ¿Veremos en los telediarios una nueva versión de aquel mítico «Alfonso, dales caña»?