Fue celebrarse la cumbre de la OTAN en Madrid y empezar a perder espacio en los medios de comunicación la guerra invasora de Rusia contra Ucrania. Es como si la magna reunión celebrada en la capital de España hubiese adoptado unas decisiones tan suficientes como para poder desentenderse ya del conflicto. Pero la realidad es que la guerra continúa, aunque la finalidad rusa parezca haber limitado su espacio de conquista a las zonas ya bajo su control y a algunas limítrofes. No obstante, el futuro dirá…, porque Moscú todavía no dicho «de estas aguas no beberé». Da la impresión de que Rusia se está desconfigurando como una dictadura del proletariado, para comparecer lisa y llanamente como la dictadura de Vladimir Putin. Y por lo tanto será este quien decida el futuro de la intervención rusa y la argumentación política que la sustente. Pero él sabe que, de un modo u otro, también estos episodios tendrán que ir encontrando un cauce y una desembocadura.
Las noticias sobre Ucrania han disminuido, porque se han estabilizado algunos frentes, pero esto no debe llevarnos a creer que el conflicto bélico está solucionado. Al contrario, el verdadero riesgo es que continúe como una sangría permanente y fratricida, con una enorme dificultad para fijar nuevas fronteras, si esta es la salida que finalmente se acuerda.
Los rusos no tienen prisa. Conocen bien su propia historia de resistencias múltiples, tanto en el cerco de Leningrado (a cargo de los alemanes de Hitler) como antes con la llegada de los franceses de Napoleón a las puertas de Moscú. Por eso ahora contemplan con asombro los temores del «mundo libre», mientras ellos siguen siendo los adalides de una resistencia en la que amenazan con cortar la llave del gas, aunque a ellos los rodee la necesidad y la miseria. Si no se entiende esto, difícilmente se podrá lograr un acuerdo final, insatisfactorio para todos, pero cabal en su planteamiento y en sus objetivos, y muy probablemente duradero. ¿Se está ahora en el buen camino? Todavía no, porque cada uno necesita aparentar que la victoria está a su alcance. Pero el tiempo pasa y probablemente unos y otros (ucranianos y rusos) ya habrán admitido, sin reconocerlo públicamente, que deberían llegar a un acuerdo que le ponga fin a esta guerra. Lo difícil, ciertamente, será fijar los límites de ese acuerdo, que debería cumplir el objetivo —hoy imposible— de satisfacer a todos. Desde este mirador es necesario repensarlo todo, y el mundo occidental debería colaborar en este difícil empeño. Porque la paz debe llegar, para terminar con la sangría de la guerra. Y Putin ya ha entendido que no hay otra salida mejor ni menos arriesgada. Porque tampoco él está para lanzar cohetes, cuando sus objetivos han quedado muy debajo de todas las grandezas que se había propuesto alcanzar. Y es que así se escribe la historia, siempre con renglones muy retorcidos.