El «a por todas» que Pedro Sánchez quiere convertir en su grito de guerra trae a la memoria el «me cueste lo que me cueste» de José Luis Rodríguez Zapatero. Se trata de dos lemas planteados ante el abismo de una crisis económica profunda, que llevan implícito el reconocimiento de un fracaso y auguran un golpe de timón. Pero su traslación a los hechos no puede ser más opuesta. Mientras Zapatero aterrizó en la realidad en 2010 —previa llamada de Ángela Merkel, de Barack Obama y del chino Hu Jintao— implantando las reformas ineludibles frente a una crisis que negó durante dos años, con las consecuencias catastróficas para la economía española, Sánchez no escucha a nadie y persiste en el error. Niega la realidad, se ata a sus socios populistas, elude cualquier atisbo de autocrítica y trata de sobrevivir políticamente a base de cambiar cromos en el PSOE para sortear su responsabilidad.
La claudicación de Zapatero ante la cruda realidad supuso un sacrificio que le llevó perder el apoyo de sus votantes y de sus socios, precipitando su final. Sánchez, por el contrario, no está dispuesto a asumir ningún coste personal y se dedica solo a buscar culpables. Según su tesis, si las cosas no van bien en los sondeos es porque en su partido no saben transmitir sus hazañas. Y si las cosas van mal para la economía española es porque hay «poderes ocultos» que conspiran contra él. En todo caso, Sánchez insiste en que va «a por todas» para enardecer a su parroquia, sin que se sepa muy bien qué significa ese mantra infantil.
En lugar de comportarse como un presidente del Gobierno responsable (véase al italiano Mario Draghi negándose a ser mangoneado por el populismo radical), Sánchez se encama con aquellos con los que aseguró no podría dormir, con los independentistas y con los herederos de ETA. Y lleva al límite su estrategia victimista presentándose como un Robin Hood que se revuelve contra «los poderosos», «los del puro», los bancos y las eléctricas. Pero también contra la Comisión Europea y su plan de ahorrar gas, diciendo que España ya hizo sus deberes. Un tono de desafío que, al margen de la marcha atrás de Bruselas, puede salir caro en el futuro, cuando España necesite inyecciones de fondos de los países frugales.
La agresividad, la búsqueda de culpables, la visión de enemigos por todas partes, la huida hacia adelante y el voy «a por todas» cueste lo que cueste es el comportamiento clásico de quien se ve ya perdido. Los barones socialistas tienen claro que la marca Sánchez no vende. Reclaman autonomía y desean que aparezca lo menos posible por sus territorios. Pero no se rebelan públicamente y aceptan mansamente las decisiones de quien humilla al propio comité federal de su partido haciendo purgas cada nueves meses. Si quieren sobrevivir a un Sánchez en caída libre deberían decirle lo que una vez le soltó a la cara la andaluza Susana Díaz. No son «los poderosos», no es «la oposición que molesta», no son los responsables de comunicación de tu partido, no son los del puro, ni es la Unión Europea. «Tu problema eres tú, Pedro».