Una cosa es la orientación sexual y otra la identidad sexual. La primera es opcional y mutable. La segunda, con la ley trans, también lo es administrativamente, pero no naturalmente. Para cambiar de sexo bastará con acudir a un registro civil y solicitar autodeterminación de género. Uno o una podrá escoger un nombre femenino, masculino, neutro o ambiguo. El funcionario no le va a exigir permiso paterno o materno, en caso de ser menor de edad, ni certificado médico que indique disforia sexual. Bastará con la intención.
La mayoría de los que acudan para ese trámite se supone que querrán pasar de ser hombres a mujeres o viceversa, pero cada vez habrá más que pidan dejar de ser hombres o mujeres para ser asexuales, intersexuales, no binarios o de género fluido. Aunque se consideren tales, en la naturaleza la especie humana es binaria, presenta dimorfismo sexual, con machos y hembras. Uno puede considerarse un animal o una planta y, no por ello, serlo. En cualquier caso, debe ser consecuente con sus consideraciones.
Si uno quiere ser un percebe tendrá que asumir que se va a pasar toda su vida adulta inmóvil, fijado a una roca por un musculoso pedúnculo, porque no tendrá ni brazos ni piernas. La roca deberá estar muy expuesta al oleaje porque, debido a su escasa capacidad respiratoria, el percebe necesita aguas muy oxigenadas. Se alimentará solo con los restos que el mar tenga a bien traer hasta sus cirros extensibles.
Podrá querer mucho y dejar que le quieran, pero no tendrá corazón, porque dispone de un sistema circulatorio con apertura y cierre de uña. Es más, ha de asumir que llamen uña a toda la parte superior de su cuerpo, con todos los órganos vitales. Presumirá de ser hermafrodita y de poseer el pene más grande del reino animal, en proporción a su cuerpo, pero no podrá fecundarse a sí mismo, pues a la hora de la verdad ha de funcionar como macho o hembra. Si uno quiere ser un percebe, conviene que lea antes La metamorfosis de Kafka.