Si alguien me preguntara qué personaje japonés me resulta conocido, además, del gran director de cine Akira Kurosawa o del escritor Haruki Murakawi, sin duda, me referiría a Shinzo Abe. El político, tercera generación de una relevante saga japonesa, fue el primer ministro que ejerció más tiempo el cargo al ocuparlo durante dos legislaturas seguidas de 2012 a 2020. Carismático y controvertido, su política de carácter nacionalista, o incluso, a decir de muchos, ultranacionalista, le llevó a negar que el ejército japonés hubiera usado a las denominadas «mujeres confort», es decir, esclavas sexuales coreanas, durante la ocupación de su país en la Segunda Guerra Mundial. Sus medidas «innovadoras» en el ámbito económico llevaron a calificar su política como Abenomics. Pero, sobre todo, en un país donde la inestabilidad política fue la tónica dominante durante décadas, su carácter determinado y su voluntad negociadora, le permitieron renovar el mandato con una cómoda mayoría. Solo la enfermedad le apartó del cargo en el 2020. Recuperado de la misma, había retomado su actividad haciendo campaña para el Partido Liberal Democrático, y en uno de esos mítines a pie de calle y sin apenas protección, en un país donde no se producen una decena de crímenes violentos al año, fue asesinado a tiros por Yamaguchi en venganza por la ruina económica de su madre de la que culpaba de manera indirecta a Abe.
Paradojas de la vida, Abe abogaba por modificar la constitución de 1946 para transformar las denominadas «fuerzas de autodefensa» encargadas de garantizar la seguridad interna del archipiélago, en unas «fuerzas armadas» capaces de hacer frente a cualquier amenaza exterior, sobre todo, proveniente de las discrepancias territoriales con China y de los ensayos con misiles de largo alcance de Corea del Norte.
Tras la victoria electoral de su partido político, el primer ministro Kishida ha declarado que honrará los esfuerzos del fallecido Abe para llevar a cabo la reforma constitucional que, según los sondeos, es apoyada por más de la mitad de la población. Un legado con el que Abe, sin duda, se sentiría satisfecho.