Después de hablar cotidianamente de la guerra invasiva de Rusia contra Ucrania, llama la atención las pocas líneas que se le están dedicando a China, el gigante que permanece a la expectativa y que, a buen seguro, sigue muy de cerca todo lo que ocurre en Ucrania. Porque China es hoy una superpotencia mundial que tiene sus ojos puestos en el dominó del mundo. Algo que saben todos los analistas, pero de lo que China no presume, porque su avance económico es pacíficamente invasivo, también —o sobre todo— en países de América Latina. Y porque su ataque es comercial, no militar.
Donald Trump tenía claro que China era el mayor enemigo de EE.UU. y trataba de actuar en consecuencia. El actual presidente, Joe Biden, cree lo mismo, pero no hace manifestaciones públicas al respecto, quizá porque China actúa, pero no provoca. De modo que el desafío EE.UU.-China se mantiene en el ámbito económico, sin aparentes riesgos de confrontación militar, aunque con los riesgos que pueden derivarse de la actual tensión con Taiwán.
De hecho, la gran pregunta hoy es si China es comunista. Porque es cierto que el 1 de octubre de 1949 (hace ya 73 años) Mao Zedong instauró la República Popular de China, sobre bases teóricas de Marx y Lenin, y alumbró el nacimiento de una nueva nación. Para ello tomó medidas brutalmente drásticas entre el campesinado, con millones de víctimas mortales. Su objetivo era industrializar el país y transformar la economía agraria y, para ello, prohibió la propiedad privada agraria, que fue sustituida por brigadas de trabajo y granjas colectivas. Una auténtica escabechina —con decenas de millones de muertos en una hambruna despiadada (1958-1962)— que, pasados los años, daría paso a la nueva China post-Mao.
Hoy China comparece como el primer gigante comercial de la Tierra y solo por detrás de EE.UU. en su Producto Interior Bruto (PIB). Produce y exporta más que nadie, con más de 120 de sus empresas en la lista de las 500 corporaciones más grandes del mundo, según la revista Fortune. Y todo esto se debió a los cambios de 1978 —dos años después de la muerte de Mao—. Porque fue entonces cuando Deng Xiaoping impulsó el programa liberalizador Reforma y apertura, que favoreció el crecimiento exponencial continuo que singulariza hoy a China.