Lo que nos reímos aquellos maravillosos años en que España iba bien, en que iba a mejor. Teníamos el sentido del humor políticamente incorrecto que solo dan la infancia y la vejez, dos grandes amigas de la verdad. Recuerdo el sketch de Martes y Trece de las empanadillas de Móstoles. «¿Encarna, Encarna de noche?, es que tengo a los chicos haciendo la mili en el horno y las empanadillas en Móstoles...». Solo se acordarán los que conocieron el mundo antes de YouTube. Aquella madre de Móstoles del show sabía que la vida es una empanadilla de cosas que necesita el placer del humor para compensar el esfuerzo. Hoy, que muy pocos hacen empanadillas caseras y hay bastante influencer sin gracia relleno de nada, se nos queman los matices en el horno y la laxa realidad virtual va pancha y sin límites, y así vemos empoderarse el latrocinio y ahogarse la veracidad.
El «youtuber del simpa», que quiso comerse un pedazo de Vigo sin pagar, le hizo un número de márketing inverso a A Tapa do Barril. Ahora, debe subir la cuesta del coraje del local. ¿Adónde llega en realidad la nueva Ley del Audiovisual, el código de conducta protege la dignidad del empleado que le para a un jeta las amenazas y los pies?
Gracias a Martes y Trece, las empanadillas de Móstoles tienen feria gastronómica. Las de A Tapa do Barril, con sus 50 años de oficio, la merecen. Hasta empanadilla de youtuber saben hacer bien.