Mientras los votantes de Ciudadanos abandonan las erosionadas siglas a las que apoyaron en los últimos años y los de Vox comienzan a mirar al PP como opción de llegada a la Moncloa, los votantes de izquierda siguen en su eterna búsqueda del camino alternativo. Parece que una vez más la historia se repite y las dificultades de la derecha para unir su electorado potencial son siempre menores que las de la izquierda. En Galicia, las fuerzas a la izquierda del PSOE ocupan el verano en valorar la alternativa de Yolanda Díaz sin la convicción de que ese sea el camino definitivo, sino simplemente una opción transitoria, como todas las que han emergido en los últimos tiempos.
Y es que, lejos de estar unidos por una ideología, o por principios comunes, lo único que parece mover a la «izquierda real» es la provisionalidad, la inconformidad con lo que hay, sea esto lo que sea; por cada proyecto que emerge, surge una alternativa a dicho proyecto, y en ningún momento hay esperanza para la construcción de la casa de todos.
Igual que ocurriera con la alternativa de Errejón, la propuesta de Yolanda Díaz corre el serio riesgo de ser otra estación de tránsito, otro espacio en el que se ubican líderes y opciones que no encuentran otra referencia que les pueda ser útil para sus expectativas en este momento; pero, a la vez, una nueva brecha para un electorado común de la izquierda que ya está harto de divisiones y de tránsitos.Y por eso resulta especialmente significativo que, sosteniendo el proyecto sobre la idea de sumar, las cosas se hayan hecho de tal modo que resulten tan evidentes las brechas y tan difíciles de ocultar las costuras.
El proyecto de las Mareas fracasó porque se hizo evidente que no eran capaces de construir una corriente común a mareas tan diversas, pero ese fracaso no fue sino el reflejo de la incapacidad de la izquierda, y de sus líderes, para encontrar un espacio de confluencia que no se reduzca a la táctica. Algunos, porque entienden la política como un mero pragmatismo táctico; otros porque utilizan los principios como táctica, los devalúan estratégicamente y se quedan sin anclajes para la identificación partidaria y las lealtades organizativas.
Eso es lo que sucede en el proyecto de Yolanda, desde la presentación todo huele a tacticismo, y lo peor es que las buenas políticas públicas que nos ha regalado la vicepresidenta en los últimos tiempos empiezan a contaminarse y a ser interpretadas desde la lectura táctica de sus propias aspiraciones. Por eso, los que antaño la elevaron a los altares de Podemos y a la Vicepresidencia del Gobierno de España, lejos de avalar su andadura, reclaman con dureza que para sumar no es necesario dividir, aunque ellos hicieran lo mismo.