Una devastadora plaga de mildiu de la patata en una isla con recursos limitados y un clima hostil llevó a la muerte a un millón de irlandeses y a la emigración a otros tantos a mediados del siglo XIX. En un puñado de años, una cuarta parte de la población se esfumó. La Gran Hambruna, An Gota Mór en el indescifrable irlandés, rectificó el devenir de la isla, reforzó el sentimiento nacional que conduciría a su independencia del Reino Unido y provocó una avalancha migratoria que todavía sigue formando parte del ADN de Irlanda. En el año 2016, Neville Isdell, descendiente de uno de aquellos emigrantes, próspero empresario y expresidente de Coca-Cola, promovió el Epic, un museo dedicado a esa diáspora y sus consecuencias, levantado a orillas del río Liffey, en el mismo edificio portuario del que salieron cientos de miles de irlandeses empujados por el hambre y la miseria.
El Epic, que deslumbra por el fondo y por la forma y cuyo nombre desvela a la primera las intenciones de la iniciativa, ha convertido el gran drama irlandés en una historia de éxito, al reivindicar que 90 millones de irlandeses viven hoy dispersos por el mundo y al proponer que todos ellos forman parte de lo que son, en una maniobra integradora audaz que además alimenta y refuerza el sentimiento nacionalista en la isla. Al mito irlandés han contribuido todos los descendientes de aquellos primeros emigrantes que llegaron a Estados Unidos y avanzaron en la escala social hasta convertirse en presidentes, estrellas del cine y grandes empresarios. Sus nombres y su presencia son reclamados como nacionales, desde Kennedy hasta Obama, desde el Che Guevara a Grace Kelly.
Dos gallegos pasean por el Epic y se preguntan dónde está nuestro museo y la inteligencia para contar nuestra épica.