La UE lleva años tratando de cambiar su mix energético (cerrando las centrales de carbón y también los reactores nucleares en el caso de países como Alemania o España). La idea es sustituir estas energías por otras renovables como la solar o la eólica, pero estas no son constantes y, por lo tanto, necesitan un respaldo. Y es aquí donde entra en juego el gas natural, que se considera el combustible fósil menos contaminante y del cual Europa es muy dependiente del exterior. Este proceso de sustitución no solo afecta a Europa, sino a prácticamente todas las grandes economías del mundo, lo cual ha llevado a que el consumo de gas natural haya crecido de forma ininterrumpida a lo largo de los últimos 50 años.
Esta es la clave de la actual crisis energética que enfrenta la UE. Los precios del gas natural y la electricidad se han disparado por tres razones básicas. Primera, a pesar del continuo aumento de la demanda de gas natural, la inversión en la industria del petróleo y el gas está en el nivel más bajo de los últimos quince años. Y dado que esta industria es muy intensiva en capital, la ausencia de inversiones hace que la producción se resienta y provoque un aumento en el precio del gas natural. Segunda, la recuperación postcovid ha sido más rápida de lo previsto y el repunte en la demanda de energía ha aumentado los precios en todo el mundo. Tercera, en el caso concreto de la UE, la reducción en el suministro de gas natural que Gazprom inició en la primavera del 2021 ha menguado las reservas de la UE y ha obligado a aumentar las compras de gas natural licuado, que es mucho más caro que el que llega por gasoductos. Y, por si fuera poco, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha exacerbado todo el proceso.
¿Y si Rusia llega a cortar el suministro de gas a Europa? ¿Existen alternativas? Mientras que la rusodependencia en petróleo es relativamente baja y acudir a otros suministradores es factible, en el gas natural la situación es totalmente distinta: el 45 % del que consume Europa procede de Rusia. Y dado el escaso margen para aumentar la oferta por parte de los países exportadores, obtener esa cantidad de otros países distintos de Rusia es como acudir a un mercado persa, en el que Europa debe competir con países como China o Japón a golpe de talonario. Además, la infraestructura gasística europea es grande, pero está mal conectada entre unos países y otros. Por lo tanto, la UE podría compensar el cierre parcial del gas ruso, pero no el cierre total. En ese caso, recortar drásticamente el consumo sería inevitable. Con todo, Rusia también necesita vender su gas y no debería estar interesada en que la UE busque otros proveedores. Ni siquiera en los momentos más tensos de la Guerra Fría, la URSS llegó a cortar totalmente el suministro a Europa Occidental. Ergo, anticipar qué acabará sucediendo es elucubrar. Pero, sea como sea, es probable que la crisis energética continúe y los precios altos del gas se queden un tiempo con nosotros.