Aún se dice eso de «te engañaron como a un chino». Mal dicho, por xenófobo y por erróneo. Las películas de Fumanchú han hecho mucho daño. Los europeos se siguen creyendo superiores, y si no ellos, sí muchos de sus descendientes en otros continentes. De manera que si se quiere ser europeísta conviene abjurar cuanto antes del eurocentrismo palurdo.
Los europeos tenemos como nexo común la defensa de la democracia parlamentaria y del estado de bienestar. Son bienes tan preciosos que resulta natural que seres humanos de otros rincones deseen gozar de ellos. Mantener nuestra idiosincrasia vale la pena, pero debemos abandonar cuanto antes el infantilismo de las últimas décadas y asumir cuanto antes que precisamos del éxito económico para preservar nuestra europeidad. Sin prosperidad, todo lo demás se derrumba.
El núcleo motriz de la prosperidad es ahora la ciencia, comenzando por las matemáticas, la física, la química y la biología, más todo lo que de ellas se deriva, desde la computación hasta la ingeniería. A ese núcleo debe añadírsele una idónea organización, incompatible con el fraccionamiento heredado de la Edad Media, que se ha trasladado a tantos sistemas educativos y universitarios endogámicos como Estados somos. El escaso fomento de la verdadera ciencia y el aldeanismo estatal nos han traído hasta la constatación de que ni una sola universidad europea está actualmente entre las diez mejores del mundo, a pesar de ser la Unión la tercera economía del planeta, tras Estados Unidos y China.
Nos quedamos rezagados. Somos viajeros de un tren a vapor donde nos picamos por pasar de tercera a segunda clase o a primera, y de avanzar en los asientos de cada vagón, sin mirar cómo nos adelantan los demás trenes de nueva generación. El último ránking universitario de Shanghái, unido a los datos de patentes de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, son señales inequívocas de que los europeos nos hundimos en nuestra propia soberbia y miopía. Advertidos estábamos. Releyendo las memorias del francés Jean Monnet, ese sabio sin título universitario que fue maestro de obra en la colocación de los pilares de la Unión, encontramos esta declaración suya efectuada en el año 1954: «Nuestros países se han hecho demasiado pequeños para el mundo actual, por la escala de los modernos medios técnicos, por la medida de los EE.UU. y Rusia hoy, de China y de la India mañana. La unidad de los pueblos europeos reunidos en los Estados Unidos de Europa es el medio para elevar el nivel de vida y mantener la paz». Ya estamos en el 2022. Hemos perdido demasiado tiempo, pero todavía podemos reaccionar.