Gasoducto MidCat: será verde o no será

Nicolás González Casares EURODIPUTADO DEL PSOE

OPINIÓN

FILIP SINGER | EFE

25 ago 2022 . Actualizado a las 13:15 h.

Cuando se empezaba a discutir en Bruselas la denominada «excepción ibérica», que demuestra cada día el acierto de los gobiernos español y luso en su pulso para hacerla realidad, la principal palanca negociadora con que contaban España y Portugal era la escasez de interconexiones energéticas, en este caso eléctricas, entre la Península Ibérica y el resto de Europa. Hoy en día, esa capacidad de interconexión es menor del 3 %, cuando debiera ser ya de un mínimo del 10 % y caminar hacia un 15 % en el 2030, según el reglamento europeo vigente (reglamento TEN-E).

El ejemplo eléctrico nos muestra algo que lleva ocurriendo en el sector energético europeo hace tiempo: nuestro vecino del norte, con una política protectora de su sector nuclear y temeroso del potencial competitivo de las renovables ibéricas, ha venido cortocircuitando los intentos españoles de superar el aislamiento energético del resto de la UE, todo lo cual ha llevado a España a tener que sobredimensionar su capacidad para asegurar su suministro. Curiosamente, hoy, con varias de sus nucleares paradas por graves problemas de corrosión y un déficit económico astronómico, Francia está importando toda la energía que puede de España.

La guerra de Ucrania ha cambiado radicalmente el panorama al poner patas arriba los mercados energéticos. La necesidad de ahorro ni se discute —con la excepción de la derecha en España—, al igual que acelerar la instalación de renovables. Pero, al mismo tiempo, urge diversificar las fuentes de suministro ante el chantaje energético ruso. Esto ha llevado al canciller Olaf Scholz a apremiar la construcción del MidCat, un nuevo gasoducto que uniría España y Francia a través de Cataluña, cuya propuesta fue abandonada en el 2019 por falta de rentabilidad cuando el gas estaba barato. Pero Alemania no solo pretende gas fósil para su industria, el elemento motivador es la capacidad de España, Portugal y el Norte de África para producir y exportar a futuro hidrógeno verde a partir de electricidad renovable. Esa es una de las condiciones puestas por Pedro Sánchez y Antonio Costa: su compatibilidad para transportar hidrógeno, en coherencia con el objetivo de neutralidad climática para el 2050. La otra, no menos importante, es que sea pagado con fondos europeos: el consumidor ibérico ya ha más que pagado durante años la sobrecapacidad gasística.

Pero hacer realidad esa infraestructura será complejo, dadas las reticencias de Francia. Con todo, Macron tendrá difícil reivindicarse como un entusiasta europeísta mientras niega la integración de los mercados energéticos europeos en un momento tan crítico. Además, sería arriesgado para sus propios intereses. Francia, como Alemania, podría salir perdiendo en un futuro sin las interconexiones con la Península Ibérica: las grandes industrias tienden a situarse allí donde los precios de la energía suponen una ventaja competitiva. España y Portugal, por su potencial solar y eólico, van a estar en condiciones de ofrecer gas y electricidad limpios a precios más bajos que el resto.

El chantaje en el suministro de gas ruso, la necesidad de nuevas interconexiones y la modificación de las reglas europeas del mercado eléctrico, que se han demostrado inadecuadas para una situación de crisis, volverán a situar a la energía en el centro del debate europeo en un otoño que se presume turbulento. Un debate al que España acude no solo con los deberes hechos, sino con soluciones de presente y de futuro.