El octavo mes del año no es un mes cualquiera, es el más deseado por la mayoría de españoles que esperan impacientes su llegada, el advenimiento del mes vacacional por excelencia. Mes que en sus treinta y un días adquiere la forma de espejismo colectivo que cabalga raudo por el calendario, devorando sus días de sol y sus noches serenas y cálidamente apacibles. Punto de inflexión en el cambio climático y de saturación turístico popular en pueblos y ciudades del litoral costero, mayormente.
Y al llegar aquí, a los últimos días del mes que concluye, vuelve a asaltarnos el miedo escénico, los temores que teníamos aplazados, ocultos tras la subida de la luz, los apagones urbanos de monumentos y escaparates, la trampa de los fines de semana de la Liga, las ligas del fútbol, marcando la torpe diferencia entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona, ariete balompédico del procés.
Se anuncia la depresión del retorno tras la quincena de vacaciones que ha dejado esquilmada la tarjeta de crédito, aunque este año estuviéramos más comedidos y priorizásemos los pimientos de padrón a los percebes. Regresamos en plena subida del euríbor que, incrementado los tipos de interés, nos ha hecho un agujero en la hipoteca del piso que parecía ser intocable estos años pasados. Y para llenar de nuevo la nevera tendremos que hacer cálculos con una fórmula polinómica que atempere y nos engañe con las subidas desmedidas de los alimentos del consumo cotidiano.
Este fin de mes corre desesperadamente hacia las nuevas cuestas de septiembre, donde no ha cambiado el escenario anterior, con una Europa debilitada, de errático liderazgo y con la guerra de Ucrania activa después de seis meses del comienzo del conflicto. El final de agosto anuncia la cuesta de septiembre con la inmediata incorporación de los niños al colegio, lo que incrementa notablemente la factura.
Ya no vale el carpe diem que hemos reivindicado durante todo el mes, vivir el momento es un argumento ficticio. Se abren las puertas del paro, del parlamentarismo renqueante, del crecimiento imparable de la deuda pública, de las mentiras increíbles del presidente del Gobierno, que ya está de vuelta en este fin de mes que pasa la página amable de julio y agosto y comienza a dibujar el temible futuro que llena de amenazas el otoño.
Fin de mes, final de agosto, concluye el verano. España es una gran depresión endógena y colectiva. Lo superaremos.