Las cosas de palacio van despacio. Tomás Moro fue asesinado —sí, asesinado— por orden de Enrique VIII de Inglaterra en 1535. La Iglesia católica tardó más de tres siglos en beatificarlo y no fue canonizado hasta 1935. En suma, cuatro siglos para ser considerado santo. En proporción, la concentración parcelaria de Sasdónigas (Mondoñedo) fue un hito de diligencia: 54 años.
Nada más antitético que la santidad puede haber que la política. En esta todo vale. La soberbia y la ira son solo dos de los pecados capitales que le son inherentes. Sin embargo hay excepciones. Robert Schuman fue una. Libró a millones de europeos del fatal destino labrado por sus padres y abuelos. Dominó la ira revanchista de un pueblo masacrado, cuyo imperecedero recuerdo descansa en Oradour-sur-Glane. Erradicó la soberbia en la diplomacia francesa, tentada a repetir los errores del Tratado de Versalles. Tal vez por eso, la Iglesia inició su proceso de beatificación, habiendo reconocido ya su condición de venerable por el papa Francisco.
Cuando Tomás Moro fue elevado a los altares en 1935, en el Vaticano vivía asilado otro político que con el tiempo sería providencial. Alcide de Gasperi subsistió allí más de dos décadas como bibliotecario tras haber sido condenado por el fascismo. También por entonces, Konrad Adenauer se refugiaba en la abadía benedictina de Maria Laach. El testimonio de su hijo Paul, quien se haría sacerdote siendo su padre canciller, ayuda a comprender a qué se aferraba ese hombre mientras era hostigado por la Gestapo.
Jean Luc Mélenchon quiere retirar la bandera europea de los edificios oficiales de la República. Alega que está inspirada en un vitral de la Virgen María sito en la martirizada catedral de Estrasburgo. Menos mal que François Mitterrand no fue capaz de trasladar los restos de Schuman al Panteón de París junto al no menos venerable Jean Moulin, epítome de la Resistencia. Mejor dejarle reposar en la iglesia de Saint Quentin, del pequeño pueblo lorenés de Scy-Chazelles, que pasó de Francia a Alemania entre 1871 y 1918, y de nuevo durante la ocupación nazi.
No me atrevo a afirmar que Schuman llegue a ser santo, pero valores y milagros sí que acredita. En un discurso que dio en Estrasburgo en mayo de 1949 invocó a santo Tomás Moro junto con Kant, autor este de Sobre la paz perpetua, inspirada en la homónima obra del abad de Saint-Pierre. Su norte era poner fin a las guerras en Europa. Falleció el 4 de septiembre de 1963. Venerado sea, por lo canónico o por lo civil.