Los problemas complejos rara vez tienen causas únicas, ni soluciones simples. Es razonable pensar que la dinámica social conduce al aumento de demanda, pero atribuir de modo equidistante los problemas existentes a los diversos agentes, usuarios, profesionales y Administración, conduce al nihilismo. Es la Administración la que no ha apostado por la atención primaria. Vende más hacerse la foto con lo último en robots quirúrgicos que hacer una previsión realista de las bajas esperables o ampliar la dotación de plazas fijas de médicos de familia. No es menos cierto que la sociedad demanda tecnología y tratamientos sofisticados, que solo tienen cabida en el ámbito hospitalario.
Además, parecería que no se producen interacciones entre unos y otros agentes. ¿Cuánto tiene que ver el desencanto de los profesionales de atención primaria con una gestión de la Administración rígida, ineficiente e impersonal? Dejar pudrir durante años problemas como el de la contratación de facultativos, pensando que siempre van a estar ahí esperando a que se les llame para un contrato precario, no es realista. Especialmente cuando, año tras año, se han ido encendiendo las alertas de su progresiva escasez y de la próxima jubilación de muchos profesionales de atención primaria.
¿Cómo puede alguien afirmar que las bajas son «imprevisibles»? Lo son a nivel individual, pero la Administración maneja las cifras de Incapacidad Laboral Temporal (ILT) de corta y larga duración y conoce los datos generales de previsión de jubilaciones. Otros problemas, como la renovación de las prescripciones de crónicos, son cuantificables y podrían facilitarse mediante alertas automáticas del programa de prescripción.
Respecto a los usuarios, su percepción no es de hiperconsumo de recursos y menos aún durante la pandemia, en que la accesibilidad ha sido muy mejorable y las dificultades para los pacientes obvias. Si el coste individual de los servicios se percibe como cero (aunque no sea así), la demanda es potencialmente ilimitada. ¿Dónde queda la función moduladora y educativa de la Administración, que, por contra, no suele reparar en gastos en campañas propagandísticas de discutible utilidad?
Puede continuarse con ejemplos diversos, pero la mayoría conducen a concluir que la pelota está casi siempre en el tejado de la Administración. Es tiempo de estudiar estrategias integrales, en vez de acordarse de Santa Bárbara cuando truena.