Adoro los perros
¡Pero señores! ¡Qué pasa últimamente con los perros, que parece que no se les quiere! ¡Solo hay quejas! Y puede que algo equivocadas... Porque, no hay perro malo, pero sí mal tutor. Nuestros peludos dan de comer a muchas bocas: peluquerías, veterinarios, ropa, alimentación, hoteles, educadores, etólogos, fisioterapia, hospitales... Con lo que, quizá, deberíamos tenerlos más en cuenta. Aunque solo sea por cuestiones económicas. Sin contar con lo que los tutores solemos aportar a las perreras, para subsanar las tropelías que algunos sinvergüenzas hacen con sus mascotas. No hay perros malos, hay dueños incívicos y maleducados y eso mismo es lo que les enseñan a sus perros. ¡Vaya! Igualito que los niños maleducados, que pueden llegar a ser muy molestos.
Centrémonos en tener mejor relación con la naturaleza y con los animales. Que la policía haga su labor en lo que se refiere a llevar perros sueltos y recoger cacas, y que el Ayuntamiento ponga más espacios para los peludos, que tanta falta hacen y tanto trabajo generan, que nunca se tiene en cuenta. Tengamos una relación más amable con los animales, que tanto nos enseñan y tanto nos aportan. Yolanda Rodríguez Rodríguez. Lugo.
O Courel
Como cada año, en verano, cumplo con un rito casi atávico que me lleva a recorrer más de mil kilómetros para volver a la casa de mi madre y abuelos, en la ya casi abandonada aldea de Cortes, en Lugo. En Cortes, en O Courel, el tiempo se paró hace tiempo. Permanecen sólidas, humildes y vacías las casas de piedra y tejado de pizarra que mis ojos de niño vieron llenas de vida. Vacías están las cortes, donde las vacas salían de buena mañana y volvían al caer la tarde. Cerrado está el pozo, aunque en su lecho sigue manando el agua, que puedes volver a recoger, fresca y salvaje, de las entrañas de la sierra y el bosque. Cortes lleva muchos años agonizando, como Parada, Seceda y tantas otras aldeas lucenses. De hecho, tiene un único habitante que se niega a abandonar su casa. Solo en verano volvemos unos pocos. Y quiero pensar que Cortes se alegra al volver a escuchar en sus calles las risas y juegos de nuestros hijos.
O se muestra agradecido, cada vez que, fouciño en mano, abrimos los antiguos caminos que el monte, insaciable y certero, se empeña en cerrar durante el invierno.
Y quiero creer que Cortes no agoniza, no muere, sabiendo que en verano una nueva generación de gallegos extranjeros volveremos a habitarlo y, lo más importante, a quererlo. Miguel Ángel González. Barcelona.