Si a Isabel II le acompaña el mérito de haber sido la soberana más longeva de la historia, nada menos que casi 71 años, a su sucesor, Carlos III, le acompaña también el de haber sido el heredero que más tiempo ha esperado para acceder al trono, otros 70 años largos, siendo proclamado a dos meses de cumplir 74.
El reinado que inicia, que por lógica natural no será de tan larga duración como el de su madre, no se anuncia, a primera vista, como trabajo fácil. Si bien es cierto que el mismo hecho de suceder a una monarca tan enigmática no facilita el cometido, la tendencia de Carlos III a la opinión en cuestiones públicas podrían llevar quizá hacia una monarquía más radical. La pregunta es saber si los británicos están preparados para ello.
Isabel ll aprendió desde temprano y de la mano del primer ministro con el que tuvo que despachar, Winston Churchill, su función de «estar sin intervenir». Esta actitud le reportó un sentido de lealtad a la institución y al pueblo británico, recubierto todo ello con gran majestuosidad, la magia de la institución de la que hablaba Walter Bagehot en 1867. Aunque a la hora de referir la neutralidad institucional que siempre ha caracterizado a la corona británica quizá deberíamos hablar, con mayor exactitud, de una neutralidad activa, tal y como demuestran las últimas biografías e incluso la variada filmografía que toman como protagonistas a la familia real.
Frente a ello, Carlos III inicia un reinado en el que no solo la realidad del país es muy diferente sino también el personaje en cuestión. El nuevo monarca siempre se ha caracterizado por cierta fama de impaciente por llegar al trono, además de vanidoso y con tendencia a la intromisión en cuestiones de Gobierno. A ello, sumar sus complicados matrimonios, con Diana Spencer primero y con Camila Parker después, la que fuera su amante durante el matrimonio con la primera, cuestión que le llevó a soportar duras críticas, sobre todo tras la trágica muerte de la princesa del pueblo en 1997, un año después de su divorcio. Además, su nombre también quedó ensombrecido por su implicación en temas de corrupción: aparecía (y también su madre) en los Panama papers, y este verano se hizo público que había recibido un millón de euros de un jeque catarí para financiar su fundación. Otros escándalos mayúsculos recientes protagonizados por miembros de la familia real tampoco ayudan en la credibilidad de la institución.
Con respecto a la situación política del país, el último sexenio ha sido una etapa de crisis generalizada. Además del problemático brexit, Downing Street ha acogido a tres primeros ministros, una muestra evidente de polarización y de una realidad social desunida donde cada vez más la crisis de identidad avanza en el espíritu inglés y en el conjunto de la Commonwealth, en realidad.
Por todo ello, quizá sea este un reinado de transición hasta la llegada del nuevo príncipe de Gales, el príncipe Guillermo, con una imagen pública más fresca y actual por su conexión con las nuevas generaciones y las redes sociales que las definen, envoltura de la que Carlos III parece carecer.