
La contraofensiva ucraniana en la región de Járkov, que ha recuperado en una semana 3.000 kilómetros cuadrados de territorio ocupado, es una excelente noticia para todos los que deseamos que Ucrania rechace la brutal agresión rusa, y la ayudamos a ello. No se trata solo de la provincia de Járkov —o Jerson, donde los ucranianos también han hecho avances— sino que esta operación pone en riesgo la ocupación rusa del Dombás, que era y es su principal objetivo. Las tropas ucranianas han entrado ya en la provincia de Lugansk y se dirigen a Lisichansk —cuya conquista costó mucho a los rusos—, mientras que la ocupación de Izium amenaza el flanco norte de las tropas rusas en la provincia de Donetsk y les impide la conquista de Sloviansk y Kramatorsk.
Las causas de este éxito hay que buscarlas primero en la superioridad numérica ucraniana —ha movilizado un millón de efectivos frente a menos de 200.000 rusos—, que en esta operación ha llegado a una proporción de ocho a uno en favor de los ucranianos, según fuentes rusas. Por otra parte, Rusia tiene dificultades para reponer su armamento, material y abastecimientos, mientras que la capacidad de los suministradores de Ucrania ?en especial EE.UU.? es prácticamente ilimitada. Finalmente, el ejército ruso ha demostrado vulnerabilidades: falta de capacidad de algunos de sus mandos y escasa motivación de sus tropas.
Ahora la cuestión es qué va a hacer Rusia. Esta pérdida de posiciones pone a Putin ante una situación difícil: abandonar o escalar el conflicto. Es poco probable que escoja la primera opción. Ya se levantan voces en Rusia criticando la situación y exigiendo resultados, nada por ahora que no pueda arreglarse con un par de dimisiones o destituciones. Pero si se retira, su puesto, incluso el sistema político actual de Rusia, puede estar en peligro, no tanto por revueltas populares como por maniobras políticas de las élites, y esta tampoco sería una buena noticia. Si Putin cae es probable que sea sustituido por alguien más radical.
Si se decide por la escalada, es imprevisible hasta dónde puede llegar: una movilización, parcial o total —aunque eso no le daría más armas de las que tiene, tal vez le daría tiempo para obtenerlas—, bombardeos estratégicos sobre las ciudades —lo que le granjearía la desafección de muchos países que hasta ahora no han condenado la invasión—, incluso el empleo de armas nucleares tácticas —que podría conducir a una guerra nuclear total—. Esto último es improbable, por supuesto, pero no imposible. La doctrina rusa actual contempla su utilización en caso de agresión a su territorio y hay que recordar que Moscú considera a Crimea parte de su territorio, mientras Zelensky no se cansa de repetir que la guerra comenzó allí y terminará allí.
La alternativa sigue siendo un alto el fuego y el comienzo de negociaciones —sobre la base del principio de acuerdo al que se llegó en marzo en Estambul—, en las que se podría plantear la retirada de Rusia de todos los territorios ocupados —excepto Crimea— a cambio de un estatuto especial para el Dombás, similar al que tienen las regiones georgianas de Osetia del Sur y Abjasia, por el que esta región tendría una independencia de facto, aunque seguiría perteneciendo de iure a Ucrania, a la espera de que el régimen ruso cambie y se pueda volver a discutir la cuestión. Pero si Kiev no se avino a seguir negociando cuando su situación era muy mala, no lo va a hacer ahora que tiene la iniciativa, y menos si algunos dirigentes occidentales le cuentan al Gobierno ucraniano que puede recuperar Crimea y pedir reparaciones a Rusia. No obstante, si Ucrania consolida importantes recuperaciones territoriales, sería un buen momento para ir a una negociación en condiciones más ventajosas.
Lo cierto es que estamos jugando con fuego. Las condiciones energéticas y económicas de Europa van a ser muy duras este invierno, y esa situación va a continuar hasta que Rusia pierda la guerra y se retire de todos los territorios ocupados, lo que sigue siendo muy poco verosímil. Es mucho más probable que el Kremlin no se resigne y la guerra continúe con ganancias y pérdidas territoriales por ambos bandos, pero siempre con más muertes, más destrucción y más miseria. Los países occidentales deberían plantearse si realmente es posible una victoria total de Ucrania y, si no es así, cuál sería la mejor manera —sin dejar de apoyar a los agredidos— de terminar la guerra cuanto antes. Al menos antes de que ella termine con nosotros.