Algunos y, sobre todo, algunas, hacen causa del lenguaje inclusivo, de la lengua inclusiva, arroba inclusive. Arrobar es arrebatar los sentidos, es atraer, cautivar, embelesar; justo lo que hacen los que escriben bien, los que usan bien el idioma. El español, idioma consolidado y enriquecido durante diez siglos, del que se valen casi quinientos millones de personas para comunicarse, por el que vela la Real Academia Española (RAE) desde hace casi tres siglos, lleva tiempo economizando y simplificando.
Hay quien dice que usa la arroba precisamente para simplificar; sin embargo, usándola, en aras de una cruzada por la igualdad de género, no se simplifica, sino que se cae en el simplismo. Quien usa la arroba es tan políticamente correcto como ortográficamente incorrecto, ya que la arroba no es una letra, sino un símbolo. Cuando se utiliza como una letra no puede ser leída, porque es impronunciable. Si alguien intenta pronunciarla, corre el riesgo de sufrir un esguince de lengua por retorcimiento. La arroba es lo que es, un símbolo incorporado a las direcciones de correo electrónico para separar el nombre del usuario del dominio cibernético al que pertenece.
Arrancar diferenciando algunos y algunas es correcto para destacar una desproporción. Cargar un texto con desdoblamientos, tipo: alumnos y alumnas, profesores y profesoras, o distorsionarlos con arrobas: alumn@s, profesor@s, no deja de ser un maltrato al idioma. Buscar vocablos de conveniencia, más o menos sinónimos, cuando la arroba no es viable, por ejemplo, sustituir padres y madres por progenitores, no deja de ser un eufemismo. Escribir progenitor@s, para dar visibilidad a las progenitoras, no deja de ser un despropósito. La arroba es una boutade. Añadir símbolos, por causas testimoniales, deteriora el idioma, elemento básico del patrimonio cultural y de la identidad. Por usar la arroba uno no es más feminista, femíneo o feminoide.
A la hora de escribir, a ver si somos capaces de arrobar sin arrobas.