Cuando Mario Draghi tomó las riendas del Gobierno italiano, en marzo del pasado año, todo hacía pensar que el desacuerdo de Meloni, asentado en el 4 % de los votantes, resultaría intrascendente, sobre todo cuando otros líderes de la derecha extrema, como Salvini, se habían unido al Gobierno de concentración nacional.
Pero lo cierto es que la cultura política de los pueblos es persistente, que los fascismos no florecieron en el desierto sino en terrenos fértiles para los mensajes que proclamaban, y que los populismos comienzan por estigmatizar a los gobernantes como «no pueblo» y autodefinir al populista como parte del pueblo.
Por ahí empezó Giorgia Meloni, por construir su «oposición patriótica» en una suerte de dicotomía entre Gobierno y pueblo que tanto ha gustado históricamente a los italianos y tan fácil resultaba en un terreno abonado por la crisis y la incapacidad de los gobernantes.
El populismo se alimenta de una retórica en la que el que se queja siempre tiene razón, en la que el culpable es siempre el otro, en la que el gobernante es el enemigo del pueblo; mientras que el tecnócrata persigue la asepsia de la no-política, o, cuando menos, procura desideologizar el contenido de sus propuestas en busca de una neutralidad falsa e inexistente.
La tecnocracia tiene ideología, claro que sí, la ideología antihumanista de colocar los resultados por encima de los ciudadanos, de cómo viven y cómo sienten lo que viven. Y los partidos del Gobierno de Draghi comenzaron muy pronto a pagar el precio de estas formas tecnocráticas que desprecian lo que sienten los ciudadanos.
Draghi se equivocó por creer en la razón desapasionada, en la tecnocracia sin política, en los resultados sin valores; pero también se equivocó Salvini cuando creyó que no compartiría los errores del Gobierno de Draghi; y mucho más el Movimiento 5 Estrellas, esa nueva izquierda, que ha preferido maximizar sus expectativas y minimizar sus resultados.
Al final, unos y otros han dejado a Draghi en la cuneta, pero la derecha lo ha hecho para hacerse con el Gobierno de Italia y la izquierda, una vez más, para nada.
Ahora, Meloni recurre a Draghi para que garantice ante la Unión Europea el camino de su Gobierno y le sirva de guía en su proyecto económico. Es su primera andadura de gobierno y está dispuesta a canjear la economía y su lectura antieuropeísta por el aval de Europa a su política y a su relato político. Sabe que eso le hará más fácil el gobierno, pero sobre todo, sabe que eso no afecta a su «Dios, patria, familia» desde el que reivindica su lucha contra los nuevos valores de la izquierda.
Lo cierto es que moderará el carácter antieuropeísta de su nacionalismo, e incluso limitará el alcance de los valores de la moral religiosa sobre el aborto o la homofobia, pero hará mucho más hincapié en los nuevos temas de la extrema derecha, como la emigración o el género, para alimentar los valores de la nueva Italia.
Y todo, porque los italianos llevan en su ADN que cuando «piove, porco governo», y, esta vez, el Gobierno eran todos, menos Meloni.