
Parece como si acabásemos de descubrir que aquí al lado tenemos un país llamado Portugal. Tremendamente acogedor, que acostumbra a darnos lecciones de casi todo, con una forma de vida muy parecida a la nuestra y cuya economía no para de crecer. Lo acabamos de descubrir y de ahí que en las últimas semanas proliferen las llamadas a la necesidad de mirar más hacia el sur y establecer alianzas, para beneficio de las dos partes.
El proyecto del tren de alta velocidad Lisboa-Oporto-Vigo, cuya finalización estableció el Gobierno luso para el 2030 y la falta de un plan del lado español reaviva los cantos por la falta de iniciativa por nuestra parte. Se apela a una mayor cohesión social y económica del noroeste. Pero no se escuchan, como sería razonable, lamentos por el desinterés que Galicia y España mostraron en los últimos tiempos, negándose a mirar hacia el país luso, pese a las advertencias recibidas.
No hace tanto, el Consello Económico y Social urgió a la Xunta un plan de reindustrialización ante el despegue del empleo en el sector industrial de la zona norte vecina. Incidía en la necesidad de atraer y retener proyectos de calidad que asegurasen empleo. Lo mismo que dijeron empresarios y patronales. Este periódico informó en reiteradas ocasiones de que cientos de empresas, aun manteniendo la matriz en Galicia, eligieron Portugal para lanzar sus proyectos con mayores posibilidades de crecimiento ante la situación de indefensión que decían estar sufriendo; de forma especial las de los polígonos del sur gallego. En la hemeroteca hay un rosario de informaciones publicadas en este sentido. Pero las advertencias resultaron inútiles.
La inseguridad jurídica y los altos costes, frente a suelo gratis, barato y urbanizado, diligencia y ayudas para su traslado, fueron factores determinantes en el exilio empresarial. Tras la pandemia nuestros vecinos hicieron una fuerte apuesta por atraer proyectos, que sigue dándoles buenos resultados.
Tras aquella impertinencia de uno de nuestros mandamases de que cuando ingresáramos en la Unión Europea nos íbamos a merendar Portugal en unos días, no se produjeron más que frases bonitas. Muy hermanos, muy amigos, los primeros en unir Europa; ánimo para impulsar puentes de colaboración sobre los pilares de dos lenguas y aseveraciones por el estilo. Pero muy poco se hizo, porque incluso las iniciativas que llegaban del otro lado de la raia, no recibían respuesta.
Y ahora vienen las prisas. Cuando ya hay situaciones que resultan irreversibles, miramos a Portugal. En todo este tiempo nadie reparó seriamente que una estrecha colaboración económica, social y cultural supondría, por su potencial, un escenario de éxito. Incluso que la influencia en Bruselas sería notablemente mayor. Pero vivimos de espaldas al país vecino. Será porque llevamos toda la vida padeciendo los efectos del anticiclón de las Azores. Porque de otra forma no se explica.