En Europa aún existen muchas cosas que en España no se dan. Cada país es diferente porque sus historias también son distintas. No nos olvidemos de todos aquellos acontecimientos que han dado las señas de identidad a este viejo continente. Los Austrias tuvieron su tiempo, después vinieron los Borbones, y con Luis XIV, el rey Sol, dominaron parte del continente incluyendo España con su nieto Felipe V, quien por cierto perdió Gibraltar y Menorca (esta última por poco tiempo), que pasaron a manos de la pérfida Albión. Es historia. Una Europa se impregnó de la Revolución francesa y la Ilustración, inicio de la separación de poderes; otra, por el contrario, abanderó ideas contrarrevolucionarias manteniendo una aristocracia caduca. Un siglo antes, la Europa de la Reforma y la Europa de la Contrarreforma se enfrentaron de forma violenta, señalando el norte protestante y calvinista, diferenciado del sur católico, los mal llamados PIGS.
Por esa y otras muchas razones, Europa siempre estuvo desunida y, por desgracia, convertida en un gran campo de batalla con millones de víctimas. España observó, tras los Pirineos, estas confrontaciones, pero sin implicarse. Sin duda esto marcó una gran distancia hasta la instauración de una democracia, aunque, a decir verdad, sin historia ni pedagogía del cumplimiento del principio máximo, que es la independencia del poder ejecutivo, el legislativo y el judicial. Ha habido importantes modificaciones exigidas para entrar en el «club de la rica Europa», pero la historia de los pueblos es distinta. Un hecho constatable es que muchos organismos que deben armonizar la relación entre profesionales y la sociedad, colegios profesionales, no se modificaron o lo hicieron muy poco con la llegada de la democracia. Sin duda es una de las razones de la existencia de un corporativismo que, más que abrirlos a la sociedad, hace que sigan como cotos cerrados. Actúan a veces más como un reducto de clase y en defensa de esa clase profesional, generalmente elitista, y no como instrumento volcado en buscar una excelencia para bien de la sociedad, en el que ética y deontología deben ser las principales normas. Por ahí afuera, los colegios o asociaciones están vigilantes para que sus asociados o colegiados cumplan las normas que salvaguardan la calidad del profesional, con constantes evaluaciones objetivas. Al que no las cumple, le invitan a salir. En España aún campea ese corporativismo, quizás porque no ha habido una pedagogía de lo que es la democracia, que lleva consigo el control del poder por parte de los ciudadanos representados en el Parlamento. Por eso es conveniente que los poderes del Estado dependan del Parlamento, por el bien de toda la sociedad allí representada. Todavía existen muchos «cotos cerrados», he ahí el problema. Nadie quiere perder poder. En esta dialéctica vive hoy el judicial.