Es proverbial la buena mano que las religiosas tienen para la cocina, y especialmente para la repostería. Sin embargo, no parece ser esa la razón por la que aparecen en la denominación de ciertos dulces, como los pellizcos de monja, besitos de monja, pedos de monja, suspiros de monja, tetillas de monja... nombres que algunos confunden entre sí. Así, por ejemplo, ciertas galletitas ideadas en el siglo XIX por un repostero italiano que trabajaba en Barcelona empezaron siendo petto di monaca (pechos de monja), en referencia a su forma, nombre que se deformó convirtiéndose en pets de monja (pedos de monja), que también se da a un hongo, el pedo de lobo (pet de llop) o bejín. Las monjas no tienen en todo esto más papel que el de víctimas inocentes de tan curiosas creaciones léxicas.
De esos nombres, el único que registra el Diccionario es pellizco de monja, del que dice que es un bocadito de masa con azúcar. Ignora el sentido con el que más se emplea, que sí recoge el María Moliner: «El [pellizco] dado cogiendo muy poca carne y retorciendo, que es especialmente doloroso». Algunos lexicógrafos aficionados añaden que quien aplica este castigo sonríe beatíficamente durante su ejecución. El primero de estos pellizcos que localizamos apareció en el Almanaque de la risa (Madrid, 1-1-1878): «La morena descargó un pellizco de monja en la pantorrilla del coracero». En los cincuenta años siguientes proliferaron en la prensa española.
Donde más se emplean los pellizcos de monja es en el mundo de la política, aunque en sentido figurado. Son ácidos ataques que a diario se intercambian políticos fulleros. Su fin es zaherir al oponente y a sus seguidores y a la vez enardecer a los propios. La consecuencia suele ser la caída en picado del nivel del debate y la polarización del país hasta extremos difícilmente soportables.
Sería bueno que estos personajes dejasen de perturbar a los votantes, cuya inteligencia tienen en tan baja estima. Si les sobra el tiempo, que se apliquen a la repostería. Por si se animan, ahí va una receta de pellizcos de monja, de cuyo rigor no nos responsabilizamos: se mezclan 250 gramos de coco rallado con otros tantos de azúcar y tres huevos grandes hasta que esté todo bien integrado. Se van cogiendo pellizcos generosos de la mezcla y se forman bolitas, que se ponen en moldes de papel y se hornean a 150 grados, sin aire. Cuando adquieran un aspecto dorado, estarán hechos los pellizcos de monja.