En la guerra de Ucrania hay solo dos protagonistas, el bueno, Zelenski, y el malo, Putin. El bueno no tiene que ser buenísimo, de hecho, es el líder de una democracia nada modélica; pero el malo ha de ser malísimo, para culparle de todos los males, incluida la factura de la luz. La causa del conflicto no es cuestión de casting, sino de geopolítica.
La unificación alemana llevaba implícito un pacto de no expansión de la OTAN hacia el este. Viendo las ventajas de la perestroika de Gorbachov, Bush padre lo acató, pero los presidentes que le siguieron no. Con Clinton, Bush hijo, Obama y Trump, la OTAN fue integrando países europeos centro-orientales: Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria; países bálticos: Estonia, Letonia, Lituania; países balcánicos: Eslovenia, Croacia, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte. Biden ha heredado la idea de incorporar a Ucrania. Formar parte de la OTAN suele acarrear la instalación en los países miembros de bases militares y plataformas para el lanzamiento de misiles. En el caso de Ucrania, los misiles orientados hacia Moscú estarían demasiado cerca. Los rusos siempre han apoyado a Putin a la hora de evitar dicha amenaza de la OTAN. La OTAN hace lo que quiere USA; Putin hace lo que quiere Rusia... y viceversa.
Influido por el nacionalismo zarista, Putin es un dictador que usa a conveniencia el centralismo y el federalismo. Influido por la Iglesia ortodoxa, es un imperialista que aprovecha el mesianismo y el racismo. Para él, Ucrania era parte de Rusia. Su misión es recuperarla. Y la OTAN ha reforzado su argumento para la invasión. Argumento que utiliza de modo demagógico, pues ya había calado en el pueblo ruso. Es fácil demostrar que Ucrania está muy lejos del Atlántico Norte.