Medios británicos apunta que, si volviera al poder, es posible que nuevos datos de sus fiestas del confinamiento provocaran una nueva dimisión a finales de año
23 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Boris Johnson tiene mucho mérito. Ha logrado convertirse en un personaje de Charles Dickens. En realidad, en dos personajes. Es, a la vez, el fantasma de las pasadas Navidades y el fantasma de las Navidades futuras. El hecho de que forme parte de las quinielas para el número 10 de Downing Street es todo un triunfo. Resulta que Boris es el problema y la solución. Aunque siempre parezca que venga de reenganche después de una juerga con sus colegas de Eton. En esta ocasión, tiene su aquel que se haya sacrificado regresando de urgencia de sus días de asueto en la República Dominicana. Un mártir por la causa. La suya, claro. Si él estaba tumbado en las playas dominicanas, cabe preguntarse por dónde andará David Cameron, al que podrían decirle «contigo empezó todo», porque fue el señor que prometió una votación sobre brexit para aplacar a sus votantes más antieuropeístas. Cuando se despidió del cargo de primer ministro aseguró que seguiría trabajando desde su escaño por los ciudadanos a los que seguía representando como diputado. Se marchó tres meses después. Hizo lo que se conoce ahora como un Olona. Pasó por empresas y asociaciones sin mucho éxito. Se aburría. Se especuló sobre su regreso a la primera línea. Pero nada comparable a lo del gran Boris. Medios británicos dicen que, si llega a retomar el poder, nuevos datos sobre el escándalo de sus fiestas del confinamiento, que todavía se investigan, podrían forzar una nueva dimisión en Navidades (qué ironía). Su espíritu se condensa en aquella frase de Amy Brookheimer en Veep, esa serie cómica que cuenta el miserable avance por la ciénaga de Washington de una política inútil y sin escrúpulos: «Si hay algún truco sucio que no soporto, es la honestidad». Pues en esas estamos.