En busca de la estabilidad perdida
OPINIÓN
En cuestión de unas pocas semanas, los británicos han dicho adiós al reinado más largo y al gobierno más corto de toda su historia. Un hecho que bien podría ser anecdótico, si no fuese porque, desde el referendo del brexit, Reino Unido se encuentra en un estado de particular desconcierto, habiendo llegado a presenciar la sucesión de hasta cinco primeros ministros. Justo cuando el país persigue con especial empeño diferenciarse de los europeos, más parece asemejarse a ellos.
Paradójicamente, buena parte de la culpa la tiene la formación que precipitó el brexit, esto es, el Partido Conservador, que lejos de recuperar el control del país ha sido incapaz incluso de gobernarse a sí mismo. La reciente salida de Liz Truss, precipitada por el carácter impracticable de su programa económico en una época de emergencia nacional, ha supuesto el culmen de una extensa tragicomedia con la que los tories no han logrado más que erosionar la reputación de su tan amada patria.
De ahí que, por su esperado papel de contable competente, Rishi Sunak haya sido el elegido para reorientar esta trama hacia el realismo, tratando de ofrecer una imagen de moderación muy del gusto del votante medio anglosajón y, sobre todo, de los inversores extranjeros, a quienes Reino Unido necesita de forma imperiosa para financiarse; máxime en una situación tan delicada para las arcas públicas como la actual.
No obstante, la tarea de cuadrar las cuentas se presenta para Sunak tan desafiante como la de asegurarse la fidelidad de sus compañeros de filas, que en los últimos tiempos solo han conseguido ponerse de acuerdo en repetir las llamadas a la unidad. El nuevo premier deberá hacer de equilibrista si quiere ganarse el apoyo de las principales ramas del partido y, especialmente, de los brexiteers más fervientes, quienes, por un lado, recelan de su condición de político mainstream y, por otro, seguirán presionando para acelerar la llegada de la nueva Britannia pos-brexit, que presentan como una especie de paraíso todavía no testado.
Ciertamente, la traducción del voto del 2016 sigue representando en las islas el mayor de sus dilemas, ya que esconde un debate, tan enconado como profundo, sobre el modelo de país que se desea implementar. Para unos, el brexit debería suponer crecimiento; para otros, ante todo, redistribución. Dos objetivos que no tendrían por qué ser contradictorios siempre y cuando fuesen perseguidos desde el pragmatismo con el que, tradicionalmente, se ha identificado a la clase política británica.
Cabe celebrar que el Reino Unido converse y discuta consigo mismo y que, pese a todo, continúe de pie. Pero, hoy más que nunca, nos corresponde recordar a nuestros vecinos del otro lado del Canal que su verdadera grandeza ha residido en su rechazo a ideologías y experimentos, mostrando una imagen de estabilidad ejemplar. Reconciliarse con esa versión de sí mismo será la mejor forma de conmemorar en el 2023 el cincuenta aniversario de su entrada en la UE. Si Londres se debilita, toda Europa se resiente; y más en los tiempos de guerra que corren.