Sobre las doce de la noche alguien indicó a unos compañeros de Juventudes Socialistas que se dieran una vuelta por los alrededores de los cuarteles militares de la ciudad para observar si había algún movimiento extraño. Al cabo de una hora regresaron a la sede con noticias tranquilizadoras: «Nada se movía». Aquel día España había votado masivamente «por el cambio», eslogan con el que se había presentado el Partido Socialista de Felipe González. La elección de una cifra histórica de 202 diputados socialistas refrendaba el cambio y que el conjunto de la sociedad así lo aceptaba. Hoy puede resultar extraña la inquietud que nos embargaba, pero en el ambiente político de 1982, en aquella España postdictadura y de transición, nuestra preocupación no era descabellada.
Tenía 27 años y aún recuerdo intensamente ese día. Era un jueves el 28 de octubre de 1982. Fue una jornada intensa que viví en el barrio coruñés de la Sagrada Familia, donde ejercía de interventor y apoderado del PSOE. Lo que allí vivimos era reflejo de lo que estaba pasando en toda España. Logramos más del 70 % de los votos en ese colegio electoral.
Era la constatación de lo que ya habíamos palpado en campaña. Lo presagiaban las vibraciones que recibíamos cada día y de manera especial en el mitin de Felipe González. Aquel mitin en el Palacio de Deportes de Riazor fue una explosión de júbilo de miles de personas que estoicamente aguantaron sin moverse tres horas, desde las ocho de la tarde hasta las once de la noche, que fue cuando llegó el que sería presidente de España.
Aquella campaña, Felipe González la hizo en autobús, recorriendo provincias y ciudades. El caso es que allí por donde pasaba se veía obligado a parar y a dirigirse a vecinos y vecinas. Eso ralentizo de forma notable su llegada a Riazor. Que se mantuviese la intensidad, que la gente no se moviese del sitio, nos hacía intuir lo que días después pasaría.
Hoy, cuarenta años después de aquel día, me sobreviene una cascada de sentimientos. Fueron horas intensas, emotivas y llenas de expectación. La alegría de la gente al ir a votar; la sensación de que se iba a iniciar una nueva etapa en España; la complicidad que se percibía en los que se acercaban a las urnas; el deseo de una sociedad que quería entrar de lleno en la modernidad… Todo ello inundaba nuestras mentes durante la larga jornada electoral.
Las ansias de cambio, las preocupaciones y la responsabilidad se apoderaban de nuestro cuerpo. Fue un día cargado de emoción, que en la noche se intensificó. A partir de las nueve la gente se agolpaba a las puertas de la sede. Los gritos y los cánticos se sucedían sin fin. Los coches que circulaban hacían sonar sus bocinas. La gente agitaba los carteles con la imagen de Felipe. Dentro de la sede, los más veteranos derramaban lágrimas y los jóvenes, incrédulos, intentábamos asimilar que estábamos asistiendo a un momento histórico que no solo marcaría nuestras vidas, sino las de todo un país y varias generaciones.
Y todo ello con una gran contención, siguiendo las indicaciones que nos llegaban de la sede central de Ferraz. Aún recuerdo el teléfono, sin dígitos, que durante la campaña sonaba una vez al día. Al otro lado siempre Alfonso Guerra interesándose por la situación, preguntando cómo nos iba, dando ánimos y trasladando la instrucción del día. Aquel día, en la ronda habitual con todos los comités provinciales de campaña, la indicación era mantener la calma, estar tranquilos y no responder a provocaciones en caso de que las hubiera. A pesar de todo, tuvimos que mantener una serena euforia.
Es algo que reforzó en su mensaje Federico de la Fuente, el coordinador provincial de A Coruña en esa campaña, y en casi todas las posteriores hasta su triste fallecimiento. Persona querida, respetada, serena y tranquila, muy conciliador y con gran experiencia organizativa. Dentro de un comité de campaña donde la juventud era casi una generalidad, nos procuraba la sensatez y la moderación necesarias. Aquel día también subrayó la importancia de ser comedidos para no soliviantar a nadie.
Pasadas las cuatro de la mañana decidimos que aquello había finalizado. Tocaba descansar para el recuento definitivo del día siguiente. Nos abrazamos y nos fuimos, siendo conscientes de que al día siguiente se iniciaba el despegue de España hacia la modernidad, la transformación, el europeísmo.
El PSOE volvía a conectar con los españoles tras la larga noche de la dictadura. Las mejores páginas de la historia socialista volvían, de los recuerdos, a la España constitucional para seguir escribiendo una historia de continuo servicio al país.
Tuve suerte de vivirlo y, posteriormente, de ser partícipe de ello. Fue una de las noches más felices de mi vida, en la que el último recuerdo que tengo es el fuerte dolor de cabeza con el que me fui a la cama, fruto de la alegría y la tensión liberada.