Los langostinos se consideran un alimento completo a nivel nutricional, que pueden formar parte de una dieta saludable y equilibrada, salvo alergia o indicación contraria del médico. Su precio es asequible y resultan fáciles de cocinar y comer. Admiten numerosas elaboraciones y combinan con sus salsas preferidas.
Este marisco se clasifica como crustáceo. Su nombre científico es Penaeus monodon y puede encontrarlo en diferentes puntos de venta durante todo el año. Se ofrecen normalmente congelados. Si no se rompe la cadena de frío, llegarán a su mesa en perfecto estado de conservación. Es frecuente utilizarlos en alguno de los menús navideños, por lo que su precio se dispara en ese momento del año.
Nutricionalmente destaca su bajo contenido calórico y la presencia de yodo y proteínas. Contienen otros minerales (como magnesio, selenio, sodio, hierro, calcio y fósforo, entre otros) y vitaminas (E y del grupo B, fundamentalmente). Aportan ácidos grasos omega 3, imprescindibles para la salud cardiovascular. No se recomienda su consumo excesivo a personas con altos niveles de colesterol en sangre o hipertensos. Consulte al médico si es su caso.
Se recomienda lavarlos con agua si están crudos o dejarlos enfriar si los ha cocinado para poder pelarlos con facilidad. Elimine primero la cabeza girándola y tirando de ella suavemente. Una vez lo haya conseguido, separe el caparazón desde el centro hasta eliminar completamente la piel y las patas. El filamento negro intestinal puede aportar un sabor amargo, por lo que se recomienda retirarlo. Lávelos de nuevo al terminar de pelarlos. Si los va a freír, hágales un corte en el centro para evitar que se enrosquen y resulte complicado.
Existen numerosas recetas en las que puede incluir langostinos como ingrediente principal o acompañamiento. Cocidos, en ensalada, al horno o a la plancha, y acompañados de su salsa casera preferida o con zumo de limón natural resultan deliciosos y muy saludables.