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Como todo el mundo sabe, la inflación en Europa está desbocada y el BCE intenta enfriar la demanda con una política monetaria contractiva. Aumentando los tipos de interés trata de restar atractivo al crédito para que los consumidores reduzcan sus compras y las empresas ya no puedan subir tanto los precios de sus productos por el hecho de que hay menos gente que los quiera. El resultado que cabe esperar de esta actuación es que la inflación caiga.
Ahora bien, este resultado debe ser interpretado con al menos dos matices. El primero es que moderar la inflación por esta vía podría llevar tiempo. El segundo matiz es que puede haber piedras en el camino que entorpezcan la efectividad de la medida, tal como está sucediendo. Ante la inflación y la desaceleración de la economía, los gobiernos están practicando políticas fiscales expansivas (ayudas de todo tipo a la población en general, descuentos en los precios de muchos productos, etcétera) que, a la postre, fortalecen el consumo del conjunto de la población (hogares y empresas) agravando así la inflación. De esta forma, la actuación de los gobiernos podría esterilizar, en parte, los intentos del BCE por contener el proceso inflacionario.
Esta falta de coordinación de la política fiscal de los gobiernos con la política monetaria del BCE augura una reacción por parte del BCE en forma de subidas adicionales de los tipos de interés y quién sabe si una reacción posterior de los gobiernos en forma de más gasto público. Dos autoridades económicas haciendo lo contrario una de la otra, con el riesgo de poner en marcha un círculo vicioso. Un sinsentido, si lo que pretendemos es controlar la inflación. Por si fuera poco, las medidas de apoyo para rebajar el impacto de la crisis climática en los hogares que se están aplicando de manera poco selectiva podrían no solo estar alimentando la inflación, sino también obstaculizando la transformación del sector energético europeo. Si fuese así, el cronograma de los objetivos climáticos podría verse comprometido.
Claro que arengar a una gran parte de la población con medidas de alivio puede ser rentable políticamente. Sin embargo, desde el punto de vista económico no lo parece. De hecho, no estaría de más que cualquier gobierno tuviese como lema que, nos guste más o nos guste menos, la inflación genera costes que deben ser asumidos colectivamente. Y que estos costes serán tanto mayores cuanto más tiempo se mantenga dicha inflación.
El problema no acaba aquí. El BCE no solo se enfrenta a políticas fiscales que están alimentando la inflación, sino que también tiene enfrente a otros bancos centrales que van por delante y han situado ya sus tipos de interés por encima de los de la eurozona. Si el diferencial sigue ampliándose, el euro se depreciaría aún más y ello serviría de acicate para una mayor inflación. ¿Se entiende ahora por qué es tan importante rebajarla y hacerlo con la mayor celeridad posible?