Ahora que todos somos clase media, ya nadie sabe qué es la clase media. Cuando los aumentos de los salarios de los que reciben ingresos medios no compensan la inflación, los economistas hablan de compresión, reducción, de la clase media, no reconocida por quienes no admiten una bajada de estatus. Los salarios reales de los de clase media baja disminuyen hasta el punto de impedirles mantener su estilo de vida. Con los precios de la energía y los bienes de consumo por las nubes, sin lifestyle y con el ascensor social averiado, la clase media aspiracional tiene menos aspiraciones.
Según la RAE, la clase media es ese conjunto de individuos cuyos ingresos les permiten llevar una vida más o menos desahogada. Con la compresión, queda reducida a la clase media alta: empresarios, directivos, profesionales liberales, algunos artistas, ciertos deportistas. Muchos de los que se consideran clase media no cumplen el requisito de ejercer el control sobre su currículo laboral, para llegar desahogados a fin de mes.
Pocos se consideran de clase trabajadora y menos de clase baja. La clase trabajadora, que en el 82 se sentía protagonista colectiva del cambio, hoy se siente clase media defraudada. Ha comprado un discurso de libertad que hace prevalecer la diferencia sobre la igualdad y el individualismo sobre la solidaridad. Si todos nos consideramos clase media, el mensaje político se focaliza en la clase media.
La clase media es conservadora, porque piensa que con los cambios lleva las de perder. La derecha neoliberal lo ha captado hace décadas. Mientras la izquierda insiste en la desigualdad y la pobreza, vendiendo realidad y dotación, la derecha insiste en el esfuerzo y el éxito personal, vendiendo posibilidad y aspiración, justo lo que quiere oír la clase media aspiracional. Incluso fagocita discursos progres sobre feminismo, género o animalismo, con tal de que no se hable de los privilegios de clase. Hay tanta compresión como incomprensión de la clase media.