Vuelvo a leer a Camba, sesenta años después de su fallecimiento. Ojeo La rana viajera y La casa de Lúculo, para después disfrutar con la lectura de los textos de Galicia.
Y mi imaginación me lleva en un suspiro a Vilanova de Arousa, donde nació el autor de Aventuras de una peseta, dieciocho años después de que viniera al mundo en su mismo pueblo don Ramón María del Valle Inclán.
Camba era «gallego cuando viajaba por el mundo y madrileño cuando escribía de Galicia». Fue radicalmente opuesto a lo que consideraba gallegos profesionales y su heterodoxia, teñida de cierta acracia juvenil, como bien señala Luis Pousa, lo llevó a ejercer de manera furibunda la más ácida crítica del nacionalismo.
Escribió a lo largo de su vida mas de tres mil artículos, muchos de ellos mantienen nítida su vigencia. Su carácter viajero —a los dieciséis años se embarcó de polizón a la Argentina— lo convirtió en una suerte de embajador plenipotenciario de los principales diarios españoles, El Sol, El País, ABC, como corresponsal en París y en Londres, en Roma y en Berlín, en Nueva York, desde donde contó la vida que transcurría en esas ciudades donde se fraguaba la modernidad junto con el ambiente prebélico de la vieja Europa.
Señorito sibarita, gourmand y jugador amante del póker, contó en La casa de Lúculo cómo se comía en el mundo, sin olvidarse de España, de la que aseguraba que «la cocina española está llena de ajos y preocupaciones religiosas».
Escribió un par de novelas, la más importante es El destierro, un interesante ejercicio de auto ficción que reúne su experiencia anarquista en la Argentina.
Julio Camba, que sabía que todas las pompas son fúnebres, vivió los trece últimos años de su vida en la habitación 383 del madrileño y lujoso Hotel Palace, a expensas del banquero March, que financió los gastos del hospedaje hasta su muerte.
En estos días de otoño, la memoria del ilustre columnista arousano se perpetúa con el fallo anual del certamen de periodismo cultural que lleva su nombre, y con este motivo volveremos a recordar las últimas palabras que se le atribuyen, pronunciadas en su lecho de muerte: «La vida es hermosa, pero se acaba».
El legado literario de Camba sigue más vivo que nunca.