La próxima semana estará en Galicia Stanley Whittingham, premio Nobel de Química en 2019 por el desarrollo de las baterías de ión-litio, esas que podemos recargar en el enchufe cuando se agotan. Su mérito científico es de los más fáciles de comprender, porque estamos hablando de uno de los ejes en los que pivota el funcionamiento y transformación de la sociedad moderna: todos llevamos encima un teléfono móvil u otros dispositivos portátiles, viables gracias a ellas, al igual que un número cada vez mayor de coches eléctricos (esta semana se ha anunciado la creación de una gran fábrica de baterías en la comunidad valenciana), o plantas de almacenamiento de energía de origen renovable.
En los años 70, en plena crisis del petróleo, la petrolera Exxon fichó a un joven Whittingham para trabajar en alternativas a los combustibles fósiles. En la Universidad de Stanford había trabajado en materiales con huecos para atrapar iones. Pensó en la facilidad del litio para desprenderse de uno de sus tres electrones y creó la primera batería funcional de este tipo. Inventó un innovador cátodo (el polo negativo de la pila) hecho de disulfuro de titanio, que a nivel molecular tenía espacios que podían acoger los iones del litio, la clave que permite las recargas.
Eso abrió la puerta a John B. Goodenough (con el cual una decena de gallegos hemos tenido el honor de trabajar), que en 1980 dio el salto a baterías mucho más potentes, y a Akira Yoshino, que en 1985 consiguió ya la versión utilizable en la práctica. Los dos compartieron con Stanley Whittingham el Nobel.