Es un mal generalizado entre los políticos. La mayoría no resiste un análisis hemerográfico. Según cómo sopla el viento cambian la dirección de sus declaraciones y, lo que es peor, modifican sus estrategias y decisiones por mucho que se hayan comprometido con vehemencia ante los votantes en un programa electoral.
Pero si alguien ha dinamitado el concepto de sinceridad política ha sido Pedro Sánchez. En las páginas de la sección de España de La Voz de ayer se recogieron una serie de declaraciones suyas que el tiempo ha hecho papilla. Por ejemplo: «Clarísimamente ha habido un delito de sedición o rebelión y en consecuencia deberían ser extraditados los responsables a España». «Los indultos políticos deben acabar en nuestro país». «Estoy diciendo que con Bildu no vamos a pactar, si quiere lo digo cinco veces o veinte durante la entrevista. Se lo repito, con Bildu no vamos a pactar». Los indultos se concedieron, con Bildu se pactó y el delito de sedición se modifica a la carta de los sediciosos.
Sin duda, Sánchez es el ejemplo más claro de la crisis por la que atraviesa la verdad entre la clase política. Pero no caigamos en la tentación de repartir o difuminar las culpas con una generalización. Sánchez no es menos manipulador por mucho que otros políticos actúen también como veletas. En su caso, por la gravedad de los hechos a los que nos referimos tiene doble culpa. El presidente del Gobierno ha mentido a los españoles, le hayan o no votado en su momento, como y cuando le ha convenido.
Los más benevolentes con Sánchez apuntan a que no ha tenido más remedio que ir adaptándose a las circunstancias en aras de la gobernabilidad de España y por un bien mayor, que es la pacificación del conflicto catalán. Y que dentro de este bien mayor podemos permitirnos un mal menor como es la instrumentalización de la verdad y de la sinceridad, lo que no deja de ser una política de tierra quemada que elimina las reglas del tablero de juego y convierte el pulso político en un duelo al sol en el que el único código existente es la ley del más fuerte, o del más pirata.
Lo malo es que Sánchez percibe que mentir, o cambiar de criterio, no debe ser lo más determinante a la hora de que los votantes cambien de opción política. Y esto es lo preocupante, que un presidente de un país utilice de forma sistemática la mentira y sea aplaudido por un sector de la población, o cuando menos comprendido y disculpado. No se trata tanto de que el presidente del Gobierno, ejerciendo su responsabilidad, decida que lo mejor para España y Cataluña es el apaciguamiento de los independentistas, como de que su palabra no tenga valor alguno.
Y, ¿valdrá de algo el apaciguamiento? Pere Aragonès celebra que la sedición «desaparece» pero avisa que harán falta más pasos: «Hoy hacemos un paso muy importante y habrá que hacer más». Y ha apuntado que también habrá que abordar el fondo del conflicto, es decir, celebrar un referendo de autodeterminación.